No pongo la tele. Si el whatsapp enmudece de mañana o el teléfono sigue adormecido, la conclusión es clara: este año tampoco nos ha tocado. Los décimos y participaciones esperan desde la noche anterior en un pequeño montón a que alguien les eche una mirada. El silencio anuncia que ahí ya no hay nada. Y si lo hay es de poca monta. Unas horas antes esos papelitos eran la escritura de una vivienda, la documentación de un coche nuevo, los pasajes de un viaje… Ahora son papel mojado, carta sin destinatario, declaración de renta fraudulenta. El único premio garantizado de la lotería es el de imaginar lo que podrías hacer con el dinero que otros disfrutarán, esa fantasía que no tiene límites. La pequeña Marisol cantaba que La vida es una tómbola y yo creo que la Navidad es también una suerte de sorteo vital en plazo corto. O, mejor, de dos sorteos. Comienza la fiesta de los números el día 22 de diciembre con el Gordo y concluye el 6 de enero con el Niño. Entre medio hay repartidas cenas, comidas, olentzeros y reyes. ¡Ay la ilusión! Ayer se quemaron con la hoguera de papeletas inservibles millones de ellas. Pero la ilusión es incombustible. Le cuesta poco prender de nuevo. Y hay números para todos.