Hola personas, ¿qué tal la vuelta a la normalidad? Bueno, poco a poco, que no haya traumas.

Servidor esta semana ha tenido un par de días de asueto y se ha regalado un pequeño viaje que os voy a contar.

El lunes la Pastorcilla y yo tomamos carretera y manta y nos dirigimos a la única villa del orbe que tiene mapamundi propio. Y con razón. Me estoy refiriendo al poblado que el 15 de junio de 1300 fundara Diego López de Haro, Adelantado mayor de Castilla y Señor de Vizcaya, y que a día de hoy ha crecido y se ha convertido en la gran Villa de Bilbao. Con sus varios cientos de miles de habitantes, sus barrios, sus grandes casas, su parque de Doña Casilda, sus museos, Guggenheim y Bellas Artes, y sus alamedas. Con cosas tan suyas como son el Athletic y San Mamés, el azulito, la Sociedad Bilbaína, el Arenal, las Carolinas, los pasteles de Martina Zuricaldai, los sándwiches del M, su peculiar baldosa, Marijaia o Gargantúa. Todos tenemos una ciudad B en nuestros quereres y para mí tras mi querida Pamplona, está Bilbao. En ella trabajé tres años y viví como un rey, enseguida fui un bilbaíno, conocí gente maravillosa y me hicieron uno de ellos, esto fue hace 30 años y aún conservo amigos. Cuando voy a Bilbao me siento en casa y me muevo por Licenciado Poza, por plaza Campuzano, por Rodríguez Arias, por alameda Recalde o por la calle Iparraguirre como si anduviese por el ensanche pamplonés. Conozco sus tiendas, sus bares y restaurantes, sus jardines, sus rincones, sus edificios destacables, que son muchos, y he de reconocer que en Bilbao soy feliz. También he de apuntar que en estos 30 años ha cambiado sustancialmente, ha desaparecido toda la actividad fabril de sus calles, en Bilbao era normal que entre dos casas de vecinos hubiese una fábrica, y con ella ha desaparecido también ese color gris que reinaba por calles y plazas. Ha logrado una importante infraestructura, como es el metro, que te pone en cualquier punto en un pispás, ha levantado esa bonita torre Iberdrola que se ve de todos lados y que le da un gran aire de cosmopolitismo, ha puesto en marcha esa joya de la arquitectura y la cultura que es el Guggenheim, ha cambiado todo el hierro y las grúas que rodeaban la ría por unos hermosos espacios verdes que surca el tranvía. Ha conservado todo el sabor de sus siete calles, ese barrio del Bilbao primigenio a la derecha de la ría, y ha limpiado y adecentado todos los edificios de gran empaque que conforman el ensanche en los aledaños de la plaza Moyúa y la Gran Vía. En definitiva, el Bocho se ha convertido en una ciudad cómoda, desarrollada y moderna que ha sabido crecer y salvaguardar aquello importante que el tiempo ha ido posando entre sus calles.

Llegamos el lunes, tomamos posesión de nuestro hospedaje y paseamos por allí despacio, saboreando, tomamos un aperitivo en el Estoril, fuimos a comer y a la tarde nos acercamos al aeropuerto a despedir a una pamplonica que se iba a ampliar conocimientos a lejanas tierras. Ya de vuelta anduvimos de aquí para allá, que si un pintxito de bacalao aquí, que si una pulguita de jamón en el otro, que si una tortilla de patatas allá, luego a cenar un poco para matar el hambre y al hotel a descansar para encarar la excursión que teníamos prevista para el día siguiente y que os contaré de inmediato.

El martes no madrugamos demasiado, nos lo tomamos con calma y, tras un buen desayuno, dirigimos nuestros pasos a visitar un punto mítico de Vizcaya: la ermita de San Juan de Gaztelugatxe. Llegamos a Bakio y seguimos las indicaciones que te llevan sin posibilidad de error hasta el parquin de que dispone el enclave. Aparcamos el tronkomóvil y empezamos a andar. Para llegar al nivel del mar hay que bajar una cuesta con una pendiente más que considerable, antes de meternos en harina nos asomamos a un mirador que ofrece una preciosa visión del conjunto que íbamos a disfrutar. Se ve la isla, unida a tierra por la mano del hombre, la ermita que la corona y el largo serpentín de peldaños que la vertebra para alcanzar la cima. La cosa promete, así que empezamos a bajar. Por el camino nos cruzamos con otros excursionistas que subían y que sus caras denotaban el esfuerzo que la cuesta requería. Una vez a nivel del mar empezamos a subir y lo primero que me llamó la atención fue un hierro con un escudo que reconocí sin duda: era el inconfundible carbunclo de las armas de Navarra. Bajo él una leyenda explicaba la historia del lugar que, en su origen, tuvo que ver con la corona de nuestro viejo reino, pero como energúmenos hay en todos lados algún miembro de este extendidísimo club ha arrancado la parte en la que la historia se explica en castellano y en euskera y solo permanece el texto en inglés y alemán, idiomas que desconozco. Parece ser que Sancho el Mayor allá por el siglo XI fue gran promotor de la devoción a las reliquias de Juan el Bautista y a este empeño se deben la ermita que nos ocupa y su hermano en advocación el santuario de San Juan de la Peña en Jaca. Empezamos a subir peldaño a peldaño los 231 que componen la ascensión y 15 minutos más tarde coronábamos la cima. La ermita no tiene nada de particular, parece ser que no tuvo una vida excesivamente plácida, levantado en el siglo XI, fue monasterio y después convento, siendo abandonado por sus moradores en el XIV. El declive fue progresivo hasta que en el XIX la tiran por completo y, en 1886, levantan un nuevo templo de escaso valor artístico que se conservó en pie hasta que algunos miembros del club antes aludido, el día 10 de octubre de 1978, le dieron fuego por los cuatro costados y arrojaron la cabeza de San Juan contra las rocas donde fue encontrada días más tarde. Un grupo de amigos del lugar, a base de esfuerzo y limosna levantaron una ermita de nueva planta que fue inaugurada el día de San Juan de 1980. La vista desde arriba es un regalo, hacia el Este el cabo Matxitxaco con su enhiesto faro, la punta más saliente de Vizcaya, hacia el Oeste Bakio, Armintza y allá a lo lejos una sombra que puede ser Cantabria. Al frente la inmensidad.

Volvimos a nuestro punto de salida, rechazamos la oferta que nos hacía la cuesta que antes habíamos bajado y la cambiamos por otra el doble de larga pero la mitad de exigente. Una vez motorizados nos dirigimos al Bakio a matar el gusanillo con unos ricos pececillos de la zona.

Os aconsejo esta excursión, el sitio tiene mucha magia.

Y ahora quiero cambiar de tercio para mostrar mi total solidaridad con el pintor urbano llamado el Tenista de Krakovia, autor de una pintura en el muro interno de la casa derribada en la plaza del Castillo, obra llevada a cabo con trabajo, intrepidez, astucia y arte, mucho arte. Él sabe que será efímera, pero porque habrán de construir encima, no porque venga un energúmeno, otro, y la emborrone con un salpicado de cemento. Estoy contigo Tenista, sigue en tus cosas y pon luz a la ciudad.

Besos pa tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

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