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Mar de fondo

Xabi Larrañaga

Combo

Combo

Todos tenemos un punto de ignorancia. Yo no sé nada, por ejemplo, de enología, aunque ello no me impida darle al vino. Cabe aun así ser muy bocachancla, y por eso una neurona de guardia se encarga de que no confundamos la libertad de expresión con la diarrea expresiva. Gracias a ella me abstengo de pontificar sobre uvas y añadas, y en una bodega me limito a beber, oír y callar. Por fortuna, cuando no somos conscientes de nuestro desconocimiento ni atendemos al sentido del ridículo, aparece un amigo redentor que nos salva del patetismo: anda, deja de soltar sandeces y tira para casa.

Todos, pero ya menos, podemos no solo hablar de más, sino encima hablar muy mal, y traspasar ese límite educativo que separa al charlatán del faltón, al vendepeines del grosero. Es como si yo, además de desbarrar sobre las características del clarete, me lanzara a gritar en plena barra que no hay quien trague esa aguachirle apestosa. Llegados a este punto la cuadrilla entera suele tirar la toalla, y poco remedio queda salvo la expulsión del garito. Si a la falta de respeto se añade el chuleo del grandullón, de quien rompe la copa ante las narices del tabernero porque quien paga manda, no hay nada que hacer: el tortazo benéfico está prohibido.

Y, sin embargo, hay quien no se conforma con mostrarse como un berzotas, tuercebotas, maledicente y abusón, y manchando el noble título de payaso incluso pretende elevarse a la categoría de graciosete sectario, de bufón partidista. Nadie es perfecto, claro, pero resulta difícil que un solo ser humano encarne el combo chungo al completo. Se llama Toni y se apellida Cantó. Pobre hombre.