La violencia sexual es una realidad tan extendida que un 21% de las mujeres adultas entrevistadas por el CIS admite (y no todas lo hacen) haberla sufrido. A su vez un 35% de las personas encuestadas por el CIS en todo el Estado conoce personalmente a alguien de su círculo que la ha sufrido, y el 27,2% en su vecindario, porcentajes realmente preocupantes. No existen dudas en esta encuesta sobre el rechazo de la población masculina y femenina al acoso y a las agresiones sexuales. En los matices, en las insinuaciones, en algunos comentarios consentidos, es donde radican las diferencias que son las que realmente nos muestran el camino que le queda a la sociedad por recorrer en materia de igualdad. En su máxima expresión de violencia sexual está la violación, pero son numerosas las expresiones que constituyen violencia sexual que pasan desapercibidas o toleradas y que en el miedo en el que ha sido educada una mujer ante el control del hombre que, a su vez, ha construido su identidad masculina sobre la impunidad en las relaciones, se normalizan. Existe una mayor conciencia y sensibilidad social sobre las agresiones pero hay un montón de conductas agresivas que doblegan la voluntad de las mujeres y que no se perciben como agresión. De hecho, un 20% cree que no se debe ser castigado por la ley a quien obligue a su pareja a tener relaciones sexuales. Como tampoco ven perseguible hacer comentarios sexuales no deseados a una mujer en un 49%, o el 28% besarla contra su voluntad. Sólo el 44% ve punitivo lanzar comentarios ofensivos o embarazosos en internet o redes. Tampoco hay dudas a la hora de definir acoso sexual cuando hay por medio amenazas, presiones, tocamientos o “acorralamientos”, sin embargo un 46,7% no lo ve en los chistes insultantes sobre la mujer, hacer a una mujer preguntas privadas sobre su vida sexual (22%) o pedir reiteradamente relaciones sin presión (21%). Un 12,2% cree que el principal motivo por el que algunos hombres agreden es porque tienen problemas mentales, un 10,6% por la falta de educación, carencia de principios o valores. Es decir no se percibe como un problema estructural en una minoría no tan escasa el factor de superioridad o abuso de poder. Seguramente ni siquiera se conozca -tampoco se pregunta- que en este momento, y quede como quede la ley estatal de libertad sexual, todo acto sexual sin consentimiento es agresión (no hay distinción entre abuso y agresión). El hecho de que sólo el 31% vea punible pagar a una mujer por mantener relaciones es otro debate no tan alejado.