Unas decenas de nostálgicos del negro régimen franquista han celebrado un año más en Madrid con el saludo nazi del brazo en alto un homenaje a los caídos en las estepas rusas en la 2ª Guerra Mundial. Aunque seguramente, esa trasnochada escenificación sea para muchos de aquellos muertos que fueron obligados a formar parte de la División Azul para escapar de las cunetas o del fusilamiento un insulto a su trágica memoria. Una exaltación, por cierto, ilegal según la Ley de Memoria Histórica que obliga a las instituciones democráticas a intervenir en actos conmemorativos del golpe militar franquista de 1936 o de la represión de la dictadura. Pero este acto tenía el visto bueno de la Delegación del Gobierno en Madrid, en manos del PSOE. Imposible de entender.

La diligencia democrática de los responsables políticos de esa Delegación del Gobierno es tan escasa como la intervención anuladora de la Justicia según se trate de actos de un color político o de otro. No es siempre la misma. Esa legitimación política, mediática y social de la ultraderecha y del fascismo que recorre España es una excepción en las democracias de Europa. Lo que en Alemania está prohibido en Madrid se permite sin pudor. Es inconcebible que ninguna autoridad política o judicial haya intervenido para detener ese acto. Un homenaje a la indignidad. De hecho, España es el único estado democrático de la UE donde se sigue homenajeando en actos, misas y demás parafernalias a genocidas y asesinos. Ese es el caldo de cultivo político e ideológico que azuzan las bravuconadas graves y peligrosas de los políticos desde los altavoces institucionales y mediáticos, la polarización permanente y la descalificación como discurso político. Hay una responsabilidad política de las derechas detrás de esas campañas de odio, las protagonicen o las firmen falangistas, fascistas o nazis. Empeñados en ocultar la memoria de las víctimas y de los hechos.