El papado de Francisco cumple 10 años. El 13 de marzo de 2013 el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio fue elegido obispo de Roma –el primero jesuita y latiroamericano–, para sustituir a Benedicto XVI, quien había renunciado al cargo cansado y acosado por la graves problemáticas que ya entonces lastraban interna y socialmente a la Iglesia. Desde su misma elección, Francisco no ha dejado indiferente a nadie y siempre ha sido claro en los objetivos esenciales con los que asumía la responsabilidad del papado para impulsar cambios en la Iglesia católica desde la autocrítica y el regreso a los valores del Evangelio de Jesús. Ni la institución religiosa católica ni el propio Papa tienen todas las respuestas a todos los problemas de la humanidad en este siglo XXI, y sólo ese reconocimiento de humildad parece revolucionario en un ambiente en el que la pomposidad y la suntuosidad se habían apropiado del Vaticano y de la mayor parte de la jerarquía católica bajo la falsedad de gestionar en exclusiva una suma de supuestas verdades absolutas. Limpió y aireó, o al menos lo intentó, el Vaticano y planteó tres ejes para ello: la prioridad en la atención a las personas menos favorecidas y a las minorías, la apertura de las rígidas y caducas estructuras católicas a la mujer y una dura crítica al capitalismo actual. No lo ha tenido fácil Bergoglio en estos 10 años, sobre todo por los sectores más reaccionarios y tradicionalistas, con gran influencia en la jerarquía católica española, que se han mostrado públicamente permanentemente enfrentados y molestos por las reformas emprendidas. Por su defensa de los desfavorecidos, de los homosexuales, por su cuestionamiento de temas como el celibato obligatorio o la exclusión de las mujeres. Cardenales, obispos y sacerdotes empeñados en seguir el camino doctrinal más involucionista para eliminar los avances que aún permanecen en el cristianismo de base y también por su resistencia a asumir responsabilidades por los miles de abusos sexuales a menores que se han destapado por el mundo. De otros episodios negros en la historia del catolicismo ni hablamos. Lo decoran con el celofán de los viejos dogmas de fe. Absurdos ya. Es la diferencia entre la iglesia como comunidad de personas, la que creo que trata de reformar e impulsar con la participación sinodal el papa Francisco y la iglesia como institución política y económica de poder terrenal. “La Iglesia ha traicionado a Jesús. Esta Iglesia no es la que Jesús quiso. Ésta es la idea que tengo ahora, viejo y medio ciego, en espera de la muerte”. Son palabras del jesuita y teólogo Jon Sobrino antes de la llegada de Francisco al Vaticano que desvelan la existencia de formas muy diferentes, incluso enfrentadas, de entender la Iglesia en un momento en que está perdiendo fieles y la influencia de su mensaje ya no es el mismo en este siglo XXI donde la corrupción, la especulación y el expolio de los recursos y la explotación de los seres humanos dominan el poder político y económico y los valores humanistas cotizan a la baja. Es cierto que Francisco es aún así uno de los líderes mundiales que se escucha con respeto, pero con 86 años ya ha admitido que si no tiene fuerza suficiente para seguir se echará a un lado. Será ese el tiempo de los balances sobre el alcance real de los mensajes y las reformas que ha puesto en marcha su papado.