Nada, que no hay manera. Sin acabar de salir de una crisis ya estamos inmersos en otra. Quince años después de la tormenta financiera originada en EEUU por unas endiabladas hipotecas subprime, básicamente préstamos basura de alto riesgo, no hemos levantado cabeza. Lehman Brothers y el crac financiero mundial, la pandemia, la guerra en Ucrania, la crisis energética, la histórica inflación... Qué les voy a contar a ustedes que no lo hayan sufrido en sus carnes o en su entorno más cercano. Cuando la tormenta amainaba nos golpea una nueva crisis bancaria. Pero esta vez casualmente desencadenada en la próspera y ejemplar California, en el emporio de las start up y sus bancos satélites. Con ramificaciones en la casta y ordenada Suiza, uno de cuyos bancos bandera ha caído, y en la pulcra y racional Alemania, con su principal entidad financiera bajo sospecha. Los ricos también lloran, pero los pobres son los que pagan sus desvaríos. Quienes en 2008 criticaban los excesos de los sureuropeos como culpables de su crisis financiera por su alegre estilo de vida y falta de rigor organizaron, renqueantes y con displicencia, rescates a la banca y expediciones de hombres de negro. Y ahora que estos ricos, poderosos y pluscuamperfectos especímenes están en primera fila de la crisis, ¿qué hacemos con ellos? Probablemente sufrir sus desdichas. Y sus consecuencias.