Mira caras y verás leches, repetía Juan Cruz. Preguntaba por su parte Javier Esparza¿Tengo cara de preocupado?”, tras la salida de los concejales García-Barberena y Alonso hacia el PPN. Lo relevante no es su faz en el sentido coyunturalmente expresivo, sino el que se le atribuye cuando se habla de alguien que exhibe chulería superlativa. Mucha cara, sí. Y ese tono desafiante que le acompaña últimamente, que cualquiera diría que se le ha pegado del propio Pedro Sánchez, de quien puede depender su destino político. Porque como aquí venimos contando, lo que está pasando en UPN –el pacto con los pozaleros Bolaños y Cerdán, la expulsión inmisericorde de Sayas y Adanero, la aspiración genuflexa por agradar a los socialistas– es toda una huida hacia delante de un tipo que necesita como sea tener un sitio bajo el sol del poder, o de lo contrario lo tendrá frente a una pizarra y un grupo de chavales. La supervivencia política de Esparza, ni más ni menos, a costa de su propio partido. Y de ahí que le importe entre poco y nada que se esté desmembrando.

No tengo ni idea de cómo ha sido el desempeño como munícipes de Fermín Alonso y María García-Barberena. No alcanzo a valorar los detalles de su gestión y no les conozco en persona para saber hasta qué punto se toman en serio las cosas. Lo que sí creo poder percibir es que han sido piezas fieles y eficaces en un engranaje organizado a efectos de lo que el alcalde Enrique Maya ha querido desarrollar. Alonso ha entendido el concepto de movilidad sin el peligroso y tan frecuente paletismo, y hay cosas que sin duda han mejorado en la ciudad bajo su mandato, igual que habrá otras que no tanto. García-Barberena, parece, ha gestionado con fidelidad un área tradicionalmente muy significativa de la actividad municipal, como es Cultura, con lo mucho que incide además en el programa de fiestas. Que se sepa, al menos públicamente, no han desairado al alcalde ni han conspirado contra él. Han vestido bien el cargo, y prueba de ello es que a Maya le gustaba tenerlos al lado en las ruedas de prensa. Lo que ahora ha ocurrido con ellos merece ser calificado como mezquindad –un cese vengativo a pocas semanas del relevo consistorial–, pero es, políticamente hablando, mucho más. Para empezar, la constatación de que ese Maya que se ha vendido a sí mismo como un tecnócrata, llegado desde la Gerencia de Urbanismo a la Alcaldía, no es más que un sicario del esparcismo. Si de verdad le interesara la ciudad un poco más que satisfacer a su desvariado jefe político, hubiera tenido la gallardía de mantener en sus desempeños a los hoy represaliados, siquiera sea para permitirles cerrar mandato, y en el caso de García-Barberena, culminar el programa de Sanfermines que no se organiza en una tarde. Lo que ha hecho, en cambio, es poner por delante la ruindad de la que está impregnado su partido, en detrimento del interés municipal. Sabiendo además que Maya se marcha de la política, y que encabezó candidatura de la Navarra Suma en la que participaba el PP, es todavía más rutilante su villanía. Él sabrá cómo quiere ser recordado, si es algo que le importa, pero ha perdido la mayor oportunidad que se le podía presentar para demostrar al pamplonés común que prefiere reconocer el trabajo de quienes con él han hecho lealmente las cosas, que prestarse a este tipo de mendacidades propias de la política suburbial.

La otra derivada política del cese de estos concejales es la razón por la que Esparza y Maya han optado, de nuevo y como en el caso de Sayas y Adanero, por la razzia. Es el fielato, el pago que hay que hacer al PSOE para demostrar hasta dónde se está dispuesto a llegar repudiando todo lo que signifique PP. Primero, purgando a los diputados que no votaron la reforma laboral (esa que sólo ha servido para la proyección política de Yolanda Díaz y la falsificación de los registros oficiales de paro), y después machacando a estos dos munícipes. Pago mafioso, matar para que te permitan entrar en la familia. Lo que no han percibido bien es que hay un fenómeno correlativo que ya es irreversible. Así como en 2011 se quiso que el PPN fuera visto como un partido antipático y ajeno a Navarra, hoy se ha sanado ese estigma. Es tan válido como cualquier otro en la defensa de unas ideas y en su operatoria institucional. La prueba es que es capaz de atraer fichajes, por más que se quiera atufar todo con palabras como tránsfugas o poltroneros. Lo cualitativo es que los de Javier García ya están en condiciones de hablar de tú a tú con cualquiera. La cara que habrá que mirarle a Esparza es la de la próxima noche electoral.