El otro día mi hijo me preguntaba si sabía cuándo iba a morir él. Con naturalidad. Sin inquietud ni angustia. Por saber. Le contesté que no, y que aunque sé muchas cosas de él porque le llevé en la panza 9 meses y eso te impregna, y todo lo animal de haberle amamantado y criado y después todo lo humano de haber jugado con él, imaginado, discutido, reído, debatido miles de horas, enfadado y todo lo que se hace con los hijos, sí, sé cosas. Esta, no. Misterio. ¿Alguna persona del mundo sabe cuándo se va a morir? Muy pocas. Qué pena no saberlo, porque no te puedes despedir. Es cierto, cariño. A muchos nos gustaría hacerlo, despedirnos bien. Abrazar fuerte a cada persona que queremos de verdad, sonreír y reírnos de algo que sabemos que nos hace mucha gracia a ambas. Recordarle en qué es realmente buena para que no se le olvide nunca. Airear y lavar lo que nos quede pendiente, yo qué sé. Pero como no conocemos qué día nos vamos, es mejor ir haciendo todo eso a menudo, le digo, cuando se nos ocurra. Así ya lo llevamos adelantado y quizá no necesitemos tanto despedirnos, ¿sabes? Y le guiño un ojo. Y él arquea las cejas y asiente reflexivo. Buena idea, piensa en voz alta. Después ocurre uno de esos incidentes domésticos que cambian el rumbo del día, me pongo como una desquiciada y la magia se esfuma, porque esto no es un relato narrado bajo un baobab, es la vida real. En episodios anteriores mi hijo ya había inquirido si sabía cuándo iba a morir yo. No aspiro a la longevidad extrema, la verdad. Es difícil llegar bien al umbral de los 80, y esto, un pensamiento egoísta, lo sé. Leo que Josep María Mainat, un productor televisivo muy conocido, lleva 20 años sometiéndose a terapia de reemplazo hormonal para recuperar el paraíso perdido. Asegura sentirse mejor hoy a sus 77 que a los 40. Por unos 800 euros mensuales mejoras masa muscular y ósea y recuperas el deseo sexual. Así puedes cumplir los 120 si no te tropiezas un día y clavas las palas en la acera. O en un par de décadas de investigación más, quizá, alcanzar la inmortalidad, o conocer tu fecha fin. Sigo prefiriendo el misterio.