Después de una semana arrastrando un trancazo agravado por el estupor electoral, aunque esto no se lo comenté a la enfermera que me miraba comprensiva y comentaba que están siendo largos estos procesos y son molestos, me tomo los sobres que me prescribió y me siento al teclado aunque no sé muy bien qué contarles. Pregunto a mi entorno y mi entorno contesta que escriba sobre la desolación y se va a desayunar tan fresco. Mejor no hacerle caso y moverse para dejar que se reorganicen las neuronas. Suele pasar que me levanto y me reinicio.

Mientras suena una canción que Raphael Haroche canta con Luz Casal, en un siglo verás, ya no te acordarás…, y doblo la ropa que ya se ha secado, caigo en la cuenta de que no recuerdo nombre de pila de Feijóo. No es un pensamiento que surja de la nada, antes en el primer repaso a la prensa había leído que si gana se plantea derogar la ley de Memoria Democrática y, literal, todas aquellas leyes que están inspiradas en las minorías y atentan contra las mayorías. Sin entrar a lo que entiende por minorías, sería más correcto decir que hay unas cuantas leyes que reconocen derechos y atención para personas de cualquier espectro ideológico que parecen no gustar a Feijóo y a su partido aunque estas personas sean posibles votantes.

Media hora después sigo sin acordarme. No es Enrique, ni Carlos, ni Luis, ¡Alberto! Por fin, el nombre se asoma, lo repito un par de veces y me cuadra.

Por jugar, busco su significado y sería algo como el que brilla por su nobleza. Es un nombre de origen germánico. ¿Cómo se diría en germánico antiguo el que pretende convencer de que la atención a las minorías es un atentado a las mayorías?