Con desigual éxito de convocatoria, las derechas llevan dos semanas trasladando su frustración a las calles. La excusa es la ley de la amnistía. Pero su protesta obedece –y ahí reside la gravedad del asunto– a que no admiten algo tan básico como que los gobiernos se configuran con mayorías parlamentarias, que en este caso no son de su agrado. En el fondo parten de que los pactos solo son legítimos si los firman ellas. Algo que se parece como dos gotas de agua al inadmisible supremacismo.

En este escenario de ataque diario a la democracia, llama la atención que quienes están mirando con lupa la ley de la discordia, por si le sobran dos comas para recurrirla, pasen deliberadamente por alto sobre la gran mentira que pretende construir la ultraderecha, cuando llama golpista al presidente elegido por un impecable procedimiento democrático tras haber conseguido sumar para la causa a nada menos que ocho de las once siglas con representación en el Congreso. O cuando la derechita cobarde patalea mientras tacha a Sánchez de ilegítimo o directamente le tilda de hijo de puta desde la tribuna de invitados.

Una estrategia que ha fracasado estrepitosamente, toda vez que el señalado ya se ha asegurado la reelección, pero que los derrotados aseguran que quieren prolongar en el tiempo. Ellos verán qué es lo que les conviene. Por el momento la deplorable puesta en escena de sus protestas suscita carcajadas y ridiculiza a a quienes las protagonizan. Sin subestimar en absoluto estos comportamientos fascistoides, que pueden tener consecuencias indeseables, no sé a qué espera Feijóo para desvincularse de verdad de estas concentraciones cutres, donde se exhibe simbología franquista y cánticos incluso de peor gusto. A menos que el todavía líder del PP haya enterrado ya toda esperanza de llegar a Moncloa, y quiera instalarse definitivamente en el monte. Una ubicación ideal para excursiones mañaneras pero nada recomendable para vivir. Sobre todo ahora que se aproxima el invierno. Un invierno que se empieza a hacer muy largo para quien dejó la placidez de la mayoría absoluta de Galicia convencido de que no iba a tardar en presidir el Gobierno de España, pero que apenas ha aguantado un asalto y que bastante trabajo tiene si quiere opositar para volver a ser el candidato del PP. A día de hoy es a lo máximo que puede aspirar, dado que expectativas reales de gobernar no se ven por ninguna parte.