En algunos de los ejemplares de las revistas de su amigo Charles Dickens aparecerían obras tan importantes en el futuro de la literatura popular como las del londinense Wilkie Collins La dama de blanco (1860) y La piedra lunar (1868), quien llegaría a este mundo un 8 de enero: el de 1824, hace ahora dos siglos. ¡Casi nada! Pero, ¿cuál fue el alcance de estas y otras piezas maestras del policíaco?

La piedra lunar es la historia de una serie de sucesos nada agradables y es, igualmente, una aventura del sargento Cuff, una de las primeras citas del lector con la novela genérica protagonizada por el `policía oficial, tal y como lo reconocían ya en 1975 especialistas como Francisco Alemán. Su influencia en generaciones posteriores de autores más o menos meticulosos del género negro es tal que incluso Dickens seguiría sus pasos en algunas de sus últimas historias.

Poco después, llegarían detectives como Sherlock Holmes (Estudio en escarlata, A. C. Doyle, 1887) pero Collins es uno de los autores pioneros en un tipo de novelística muy leída, tanto que ya en 1841, el lector disfrutaba con relatos breves como Los asesinatos de la calle Morgue (E. A. Poe) y después, poco después, disfrutaría también con La pobre señorita Finch (1872) o Las hojas caídas (1879), narraciones, todas ellas de Wilkie Collins, uno de los autores más reeditados década tra década en todo el mundo.

El propio autor se confesaba en el prefacio introductorio de una edición de La piedra lunar en 1868: “En algunas de mis novelas anteriores me propuse establecer la influencia ejercida por las circunstancias sobre el carácter. En la presente historia he invertido el proceso. Mi meta ha sido señalar aquí la influencia ejercida por el carácter sobre las circunstancias”. ¡Toma ya!

En fin... leamos, releamos a Wilkie Collins, máxime cuando Alianza Editorial acaba de presentar La mujer de blanco, según la traducción de Miguel Ángel Pérez Pérez, formando parte de la bendita colección ‘13/20’.