Quien firma está en absoluto desacuerdo con la línea editorial e informativa de este medio y otros cercanos sobre el horror de Oriente Próximo. No pasa nada. En primer lugar, porque ya dispongo de un privilegiado espacio para rebatirla, y si no lo utilizo con tal fin es porque así lo decidí un 7 de octubre, no porque alguien me lo impida. En segundo lugar, porque al igual que este diario tiene derecho a expandir su visión, otros exponen una distinta. Así que hay donde picar y cabe la poligamia.

No siempre cuento con esta suerte. Mucho se habla de la necesidad de ampliar el menú cultural en euskara para alentar su uso. Se exige presencia en las plataformas, subtítulos en las pantallas, cuotas en los festivales, y nos parece enriquecedor que un bereber sea bertsolari y un bertsolari cante fado. Ahora bien, me temo –es un decir– que olvidamos la importancia de ensanchar la oferta ideológica. O sea, asumir la discrepancia como una ventaja, no como un engorro. Difícil estar donde no eres bienvenido.

Podría citar varios ejemplos, pero el de esta guerra es significativo por lo inaudito, ya que no sólo en castellano, como he señalado antes, y por supuesto en inglés y francés, se hallan más puntos de vista y juicios matizados que en nuestra llamada lengua propia: es que hasta en árabe y hebreo, con tantísimo dolor encima, balan más ovejas negras. Y, claro, se me replicará que sólo existe una verdad, precisamente gurea, y que sobra bucear en otras. Así da gusto, aunque lo normal ahí fuera sea la diversidad, no la estimulante elección entre Pirritx y Porrotx. Yo me enfado porque ocurra, y quizás usted porque se airee. Falta quien lo desmienta.