Hola personas, de nuevo con vosotros para darnos un garbeo por ahí. La semana pasada no acabé de contar mi paseo por el barrio de extramuros más antiguo de la ciudad, según dice un amigo mío rochapeano de cuna, y hoy lo vamos a ver. Para refrescar mis pasos me ha parecido buena idea volverlos a dar, así que esta mañana de viernes me he calzado las muñoneras de gastar aceras y he vuelto a bajar a los terrenos vecinos al río. Esta vez lo he hecho por Aranzadi, me gusta mucho pasear por Lechuga park, el camino elegido ha sido el nuevo que va entre las huertas y el río. A la derecha el Arga bajaba potente, sin ruido, porque es zona de cauce tranquilo debido al remanso que produce la presa de San Pedro, pero se dejaba ver bien vivo. En su orilla algunos arbustos ya dejaban ver la inminente primavera y alegraban el cuadro con sus flores blancas. A la izquierda las huertas que fueron fuente de tanta vitamina y que hoy lo siguen siendo, pero desde la modalidad de la preparación para futuros hortelanos. Así casa Beroiz, la huerta de los capuchinos o la de casa Aldaia, entre otras, se han convertido en la escuela del agro o en mini huertas de recreo donde horticultores aficionados pasan sus horas libres arrancando a la tierra, con mayor o menor éxito, los ricos frutos que ella les da.

Tras recorrer tan ubérrimos terrenos, he tomado la pasarela que te deja frente al Monasterio viejo de San Pedro.

Antes de entrar en harina vamos a ver un poco de historia de lo que fue esta zona en otros tiempos.

El viejo monasterio es sin duda la edificación más antigua de la calle Errotazar y durante mucho tiempo estuvo más solo que la una, pero siglos después la zona empezó a tomar vida y allí empezaron a florecer diferentes negocios. El primero quizá fue el molino de la pólvora, de triste recuerdo debido a sus dos trágicas explosiones, le siguieron la fábrica de papel, en que se reconvirtió la factoría, y el gran molino de Alzugaray, en que acabó aquella instalación de la que aun podemos ver las ruinas junto al puente del Vergel; una fábrica de fideos que hubo en la zona más cercana al puente de la Rochapea; el prado de la lana en terrenos cercanos al puente de San Pedro, donde se lavaba dicha materia prima; el prado de la cera, donde ésta era blanqueada, en la esquina con el paseo de los Enamorados; granjas, como la de Maxi la cutera que criaba allí a sus cochinos; los lavaderos en donde las pobres lavanderas se ganaban el pan sufriendo las inclemencias del tiempo arrodilladas ante la corriente; los tendederos que utilizaban y por los que pagaban una ochena (0,0006 €) por cada tramo que usaban y, por supuesto, todas las huertas que allí había y que eran fuente de vida para sus dueños y para toda la ciudad. Así pues, se podría decir que la calle Errotazar fue uno de los primeros polígonos “industriales” de la ciudad. Y ahora volvamos a mi paseo.

Una vez atravesado el río me he vuelto a dirigir a la plaza de Iturriotzaga y la he vuelto a pasear, pero esta vez con más calma. He visto que tiene un edificio municipal de apartamentos llamados Arga, una bajera sine nomine que tiene toda la pinta de ser una sociedad gastronómica, una empresa de informática, una clínica dental, una iglesia Cristiana Adventista del 7º día, y en la esquina un pequeño bar que se llama Mini y que homenajea a algo tan navarro como fue el Mini 850, mítico vehículo que a más de uno nos llevó y nos trajo a muchos sitios muchas veces. He entrado para calmar esa gusa que a uno le asalta a media mañana y me he trajinado un pincho de tortilla de patata que estaba francamente bueno. No solo la decoración alusiva al mini era ochentera ya que me he comido el pincho al ritmo de Grease y de Bony M. con sus ríos de Babilonia. Calmada la fiera he vuelto al camino y el camino transcurría por el valle del Roncal, calles Garde, Urzainki, Uztarroz, en esta última otra iglesia da servicio espiritual a los vecinos, en esta ocasión era una Iglesia Cristiana Evangélica. Por Santa Alodia he salido al paseo de los Enamorados a la altura de Industrias Gomáriz, hoy Civivox Jus la Rocha, e Ingranasa, hoy colegio público Rochapea. La zona está irreconocible. Los enormes depósitos de Ingranasa y su apestoso olor han pasado a la historia, el paseo es el doble de ancho y en gran parte peatonal. Aquellos grandes solares vacíos hoy son modernos edificios.

La mañana era fría y mis orejas estaban protestando, así que he entrado en un chino que he encontrado y me he comprado un “golo de lana”, así lo ha llamado la chinita que me ha cobrado. Con las ideas más calientes, he seguido hasta el colegio de la Compasión, hoy Escolapios, para tomar Dr. Bernardino Tirapu, que se ha convertido en la arteria principal del barrio. No en vano era el camino que tomaba el tren para ir hasta Donosti y eso se tiene que notar. Tras recorrer unos metros por la calle del benéfico galeno, he cambiado de valle y del Roncal he pasado al Salazar, y por las calles Ochagavía, convertida en gran avenida, Izalzu, Oronz, Jaurrieta y Ezcároz he salido a la de Joaquín Beunza, calle de grandes e infantiles recuerdos, la he abandonado a la altura del puente de las oblatas por una plaza de regio nombre: Sancho Abarca y por ella he tomado el acceso al paseo del río al que he bajado con mucho gusto, en este tramo el caudal es más divertido, es cantarín y espumoso, rebrinca y dibuja puntillas en la corriente. He atravesado el viejo puente del Plazaola, por el que aquel viejo tren chuchú entraba y salía de la ciudad, y sin solución de continuidad me he adentrado en el túnel que le precede y que me ha dado a luz en el parque de Trinitarios, limpio, espacioso, moderno. En pocos metros el nuevo ascensor me ha ofrecido sus servicios, he aceptado encantado, y en un santiamén me ha ascendido a Cuesta de Larraina, de donde he cruzado a la Taconera. Tras disfrutar de su arboleda y de sus vistas desde la barandilla, he llegado al Portal Nuevo, lo he pasado por el castillete que nos dejó Eusa y he entrado en la plaza de la O. Para salir de ella en otros siglos, antes de llegar los Descalzos en el XVII y levantar su convento, hubiese atravesado las calles Arrias Oranza y Zacudinda, pero ya no están, los curas llegaron compraron un montón de casas y cambiaron el orden de la zona, así que tomé Santo Andía y la castiza Jarauta para llegar por ella a la calle Eslava que me llevó derecho a la plaza de San Francisco, el reloj de las escuelas marcaba las 12:45, el sol lucía tímido y ya hacía menos frío. Por San Miguel llegué a Sarasate y de ahí dirigí mis pasos a mi cueva con la satisfacción que me da recorrer mi pueblo. Como veis el paseo fue completo. De los ricos.

Besos pa tos.