Clara Ramas es una filósofa madrileña nacida en 1986 que acaba de publicar con Arpa El tiempo perdido. Ensayo contra la “Edad Dorada que no ha existido ni existirá”. Critica al “fantasma de la melancolía en política y en filosofía”, y al “repliegue de impotencia reaccionaria, agravio y resentimiento”. Para esta profesora universitaria, que me atiende por teléfono, la melancolía supone “no asumir la pérdida de algo”.

Si bien resulta “normal que echemos de menos cosas que han empeorado”, el peligro es aferrarse a tiempos idealizados cuando no inventados, a una especie de Jardín del Edén o pastiche. Ramas apunta, por ejemplo, a un relato incompleto de la Transición y a “una especie de consenso mítico” para “no buscar solución a tensiones actuales”. Eso “no genera lucidez respecto al presente, ni permite prestar atención a los retos actuales, ni tampoco mirar al futuro”. Según esta filósofa, con la melancolía no tanto se “recrea una cosa tal y como fue, sino que se expresa las necesidades de alivio y de consuelo que podemos sentir por miedos o angustias en el presente”. Ramas entiende el sentido estético o artístico que puede comportar aproximarnos al pasado, de una forma tan reconfortante como escuchar música o ver una película.

Pero advierte sobre las políticas melancólicas en un mundo de “capitalismo avanzado” con ritmos “cada vez más acelerados” e inestabilidades varias, que “nos generan una sensación de desamparo muy grande”. En esa angustia, las políticas reactivas traen derivas muy problemáticas y excluyentes, ensalzando supuestos modelos anclados en el pasado. Mientras, podemos obviar los dolores, renuncias o limitaciones del pasado. Ramas alude a pensadores o referentes intelectuales progresistas que en los últimos años han girado a posiciones muy conservadoras”.

Ante el cambio generacional y los relevos de protagonismos, subraya la necesidad colectiva de “saber envejecer”, “mirar con generosidad a lo que viene después de nosotros, y no pensar que la nuestra es la única manera válida de hacer las cosas”. No es sencillo. Bulle toda una subcultura de la melancolía.

Nuestros móviles nos surten de material gráfico y audiovisual sobre el pasado como nunca en la historia. Un inagotable torrente que puede empantarnos. Ramas menciona a Grafton Tanner, también filósofo, que ha acuñado el término ‘nostalgoritmo’, y a otra colega, Julia Kristeva, que empleó la metáfora del canibalismo. “España es mía o que se hunda España. La política es mía o de nadie. La familia es como yo digo que es o no es familia. Es el grito del ego: yo lo devoraré todo”. Los “melancólicos caníbales”, continúa Ramas, “custodian su privilegio, su dominación y su posesión sobre el objeto”.

Hay que pensar en qué medida la melancolía puede inclinar elecciones o afectar en asuntos muy concretos, como el futuro de los Caídos

El libro puede servir para evaluar comportamientos ante las próximas elecciones europeas, o en comicios recientes. O servir de inspiración en cuestiones muy concretas, como por ejemplo qué hacer de una vez con el Monumento a los Caídos de Pamplona. Debate cargado de sentimientos ante un mausoleo que, para empezar, conserva inscripciones humanamente indecentes. Pero si la mole sigue ahí erguida y mal disfrazada no ha sido solo por melancolía franquista, sino también por otra más vaporosa, de quien se aferra a un paisaje congelado, tramoya infantil y juvenil de hoy adultos que se resisten a cambios de envergadura en ese espacio, o se conforman con un retoque cosmético. Si se trata de apuntar al futuro, hay que pensar en qué medida la melancolía afecta a los idearios en este u otros asuntos. Y mirar por fin a dicho edificio acoplados a la utilidad real que brinde su transformación o derribo