La vida ya es un premio, pero no siempre nos damos cuenta de lo afortunadas que somos. Vivir ya es ganar. Nos lo deberíamos repetir más a menudo. Y saber vivir, como dicen, como si no hubiera un mañana. Conscientes de que lo único seguro es que nada está seguro. Es difícil. No era de esto de lo que quería escribir, pero sale, porque está. Es de los otros premios, reconocimientos, distinciones… Da igual como les llamamos, el sector, el momento o la temática, porque hay veces que una tiene la sensación de que estamos llenos de premios por todas partes, y a este paso es probable que la mitad de Navarra acabe premiando en algo a la otra mitad. Porque somos pocos y eso hace que el abanico a la hora de elegir sea reducido.
No dudo de los méritos de unos y de otras y de que es importante reconocer con nombre propio la labor de muchas personas y entidades o el trabajo puntual que destaca. Sin ir más lejos mañana la cultura reconoce, merecidamente, con el Príncipe de Viana a Alfredo Sanzol, una voz esencial de la escena actual. Pero quizá el marketing por un lado, porque todo lo premiado “se vende bien” agravado por la moda del click y las redes sociales, y el efecto dominó por otro lado, está generando una especie de inflación galardonística que puede devaluar su propio sentido. No hay duda de que en Pamplona con los Sanfermines llega la temporada alta. El premio al mejor… Póngales el sujeto que quieran o la primera temática que se les ocurra.
Seguramente que todos y todas los que lo reciben se lo merecen, aunque esta ciudad da lo que da. Y es un gesto que sirve en la mayoría de los casos para visibilizar su labor o compromiso. Pero también es verdad que habría que pensar sino responden a un modelo social que prima más la individualidad, el nombre propio y la competividad. En muchas ocasiones son votaciones populares anónimas y masivas las que acaban decidiendo quien recibe un premio con nombre propio o singular.
Y yo creo que igual había que hacer al revés. Pienso que es la propia sociedad en general, la ciudadanía o distintos colectivos sin nombres y apellidos los que realmente deberían ser objeto de un reconocimiento, por esas labores a veces calladas y compromisos con los demás que nos han hecho avanzar en causas y cosas importantes que nos han cambiado como sociedad. Premiar lo colectivo de una manera casi callada para seguir nombrando e impulsando los avances sociales que no necesitan más premio que no retroceder.