Orígenes “variopintos”
Arturo Campión fue el único hijo de Juana Amalia Jaimebón (1830-1915) y Jacinto Campión (1816-1887), matrimonio domiciliado en la calle Chapitela nº 11, donde Arturo nacería el 7 de mayo de 1854. Jacinto era natural de Pamplona, aunque su padre, Juan Campión, era italiano de origen, de la pequeña localidad de Lemna, situada en Lombardía y a orillas del lago Como, a muy poca distancia de una aldea llamada Campione. A la luz de estos datos, no es difícil imaginar que en su partida de nacimiento Juan Campión vendría registrado muy probablemente como Giovanni Campione. Emigrado a Pamplona, casará con Marcelina Olave Mariezcurrena, de inequívoca filiación foral, con la que tuvo 4 hijos. En cuanto a la madre de Arturo, Juana Amalia Jaimebón Iñarra, era natural de Baiona e hija de Andrés Jaimebón, nacido en la ciudad alemana de Bonn, y de la pamplonesa Cayetana Iñarra Reta. Así las cosas, Arturo Campión constituía, como con cierta gracia se ha llegado a expresar, un buen ejemplo de “vasco injertado”. Sea como fuere, su familia estaba ya perfectamente enraizada en la ciudad para cuando Arturo nace, y su padre Jacinto Campión había llegado a ser presidente de una institución tan arraigada como el Orfeón Pamplonés en dos períodos (de 1866 a 1873 y de 1881 a 1883). Arturo casaría con la pamplonesa Emilia Galdiano Loyola (1859-1932), pero el matrimonio no tuvo descendencia.
Una vida de trabajo y estudio
Campión tiene 18 años al estallar la carlistada de 1872-1876, y durante el bloqueo de Pamplona se alista en la milicia liberal de la ciudad. Posteriormente estudia en la Universidad de Oñati, donde tuvo como profesor al euskaltzale navarro Estanislao Aranzadi, y luego marcha a Madrid, donde se licenciaría en Derecho. De vuelta a Euskal Herria traba contacto con intelectuales vascos del momento como el explorador Antoine d’Abbadie, el escritor Jean-Pierre Duvoisin, el lingüista Louis Lucien Bonaparte o el novelista Miguel de Unamuno, y remata su acercamiento al vasquismo incorporándose a la Asociación Euskara de Navarra, creada por Iturralde y Suit en 1877. Es en este tiempo cuando ataca con fervor el aprendizaje del idioma, que llegará a dominar en tan solo 8 meses. En 1880 y cuando cuenta con 26 años publica “Orreaga” relato épico sobre la batalla de Roncesvalles, todo un alarde de lingüística comparada, con versiones de un mismo texto escritas en guipuzcoano, vizcaíno, labortano, suletino y nada menos que 18 variedades de euskara navarro.
El prestigio que alcanzó Arturo Campión en sus 83 años de vida fue enorme. Fue jurista, crítico literario y musical, conferenciante de muy diferentes temas y autor de artículos que iban desde temas históricos y jurídicos hasta los relacionados con la lingüística y la gramática vasca. Fue concejal del Ayuntamiento de Pamplona en 1881-1892, diputado navarro a Cortes en 1893, tiempo en el que se enfrentó a Germán Gamazo, y hasta senador por Vizcaya. Fue miembro de la Asociación Euskara de Navarra, de la Sociedad de Estudios Vascos (Eusko Ikaskuntza), de la Comisión de Monumentos de Navarra, académico de número de la Academia de la Lengua Vasca (Euskaltzaindia), así como de las academias de la Lengua Castellana, Historia y Ciencias Morales y Políticas. Como autor literario escribió tres novelas y cerca de una treintena de narraciones breves. De entre todas ellas destacan García Almoravid, basada en la guerra de los Burgos de 1276, que terminaría con la destrucción de la Navarrería pamplonesa, La Bella Easo o El Bardo de Izalzu. De él se ha dicho que es la figura cumbre de la literatura del XIX en Navarra, aunque ha sido eclipsado durante décadas por razones ideológicas. Con todo, intelectuales como Emilia Pardo Bazán y el mismísimo Miguel de Unamuno elogiaron encendidamente su obra, y de su novela Blancos y Negros dijo este último que era “de lo más hermoso que en estos años se ha escrito en España”.
Pensamiento político
En su juventud siguió la estela política liberal de la familia, declarándose seguidor del republicano Emilio Castelar, aunque más adelante pesarán en él sobre todo sus ideas católicas y forales, así como un marcado federalismo, que consideraba inherente a la tradición vasca. Se declaró abiertamente nacionalista, y adoptó como lema personal la frase “Euskal Herriaren alde” (“en favor de Euskal Herria”). Eso sí, su nacionalismo no se fundamenta en un sentimiento secesionista puro, puesto que creía posible el encaje federal del estado. Rechaza rotundamente la entonces imperante teoría de la unidad española originaria, “idea falsísima” que según él no podría creer “ninguna persona culta”. Y a diferencia de Sabino Arana, que articulaba su sentimiento nacional en torno a la etnia vasca, Campión da preeminencia a la historia, y de forma muy especial al euskara, que para él constituye el rasgo esencial del pueblo vasco.
Una nota controvertida
Una injusta e interesada polémica afectó gravemente a Arturo Campión en su último año de vida. El golpe fascista del 18 de julio de 1936 le sorprendió en San Sebastián, donde todavía se encontraba el día 13 de septiembre, cuando las tropas franquistas entran en la ciudad. En medio de un clima de histeria antinacionalista, Diario de Navarra abre su portada el día 15 con el titular “Campión con España”, y una nota supuestamente firmada por él, en la que reniega del nacionalismo y manifiesta su adhesión a Franco. Resulta absolutamente inverosímil pensar que, al final de su vida, Campión hubiera renunciado voluntariamente a los valores que habían alumbrado toda su trayectoria, democracia, vasquismo, nacionalismo y federalismo, y más aún para dar su apoyo a un Movimiento que corporeizaba precisamente todo lo contrario. Cierto es que en aquel momento, septiembre de 1936, Arturo Campión está ya muy enfermo, pero dos amigos que le habían visitado pocas semanas antes, el diputado nacionalista Manuel de Irujo y el editor Bernardo Estornés, le encuentran lúcido y totalmente contrario al alzamiento fascista, que critica duramente. Días después, sin embargo, con Donostia tomada ya por los fascistas y en medio de un clima de feroz represión, le presentan una nota escrita a máquina que él, enfermo y completamente ciego, no hubiera podido redactar, y él rubrica la nota con una firma trémula y desorientada. La misma nota que al día siguiente será exhibida con impúdico triunfalismo por Diario de Navarra.
Un legado controvertido
Mirado con la perspectiva que da el tiempo, la mejor prueba de que Arturo Campión no renegó de sus ideas es el trato que recibió de los fascistas a partir de 1936, puesto que su figura será silenciada durante décadas, y sus obras no verán la luz prácticamente hasta los años 80. Campión murió sin que transcurriera un año del penoso incidente, y fue enterrado en el cementerio de Pamplona, detrás del mausoleo de Sarasate, junto al cual su tumba, mucho más modesta, pasa prácticamente desapercibida. Por lo demás, no hay hoy en Iruñea una calle o plaza que recuerde a quien probablemente fue la figura intelectual más descollante del siglo XIX navarro, y tan solo un euskaltegi de iniciativa privada lleva su nombre. En el año 2017 el Gobierno de Uxue Barkos le concedió la Medalla de Oro de Navarra, compartida con Hermilio Olóriz y Julio Altadill, por haber sido ellos tres quienes diseñaron, en 1910, la actual bandera de Navarra. Pero habían sido personajes vinculados a la Asociación Euskara de Navarra y al mundo euskaltzale, y esto es más de lo que algunos pueden soportar. El navarrismo, los medios de comunicación de la derecha y los poderes fácticos, los mismos que en 1936 quisieron capitalizar la trayectoria intelectual y literaria de Arturo Campión, se opusieron a dicho reconocimiento con virulencia, demostrando que hay cosas que no cambian nunca...