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Camino de la extinción

Camino de la extinciónCedida

El otro día recordó un exjugador del Real Madrid, que a un compañero suyo, Roberto Carlos, le tiraban plátanos desde la grada en algunos partidos y que ellos, el resto de la plantilla, se reía de la ocurrencia de los hinchas, no le daban importancia, es más, servía para algunas bromas por el lance. Morientes, que era el futbolista que reflexionó en voz alta sobre lo que pasaba en otros tiempos, dijo que se sentía en la obligación de pedir perdón porque desde el propio vestuario normalizaban la situación, la de que a una persona negra se le lancen plátanos –lo de lanzarle algo a alguien también tiene lo suyo–. Reconocer que se ha metido la pata no está mal, aunque cueste un rato, lustros incluso.

Los tiempos van cambiando –también para los nostálgicos de moqueta y caspa–, y al ritmo del avance del reloj parece que se van intentando arreglar algunos comportamientos, alguna mala educación que anidó y se quedó.

Hay aulas para desaprender –para hacer el esfuerzo de abandonar los patrones conocidos– porque muchas veces lo que nos enseñaron no fue lo mejor, ni lo más digno ni edificante para nuestras vidas, como tampoco hay que aceptar que es necesario acudir a sesiones regladas para pelear, vencer y, quizás, borrar algunas coordenadas que nos cuadricularon para mal la sesera. Desaprender tiene trabajo, porque hay que hacer mudanza: quitar lo viejo, caduco y obtuso y encontrarle sitio a lo nuevo y bueno. Qué importante es la educación. Qué perverso es educar sin tenerla y peor, creyendo que se tiene.

El otro día le gritaron ahí mismo a un ministro “maricón” –ministro, futbolista, compañero, amigo, ciudadano, familiar, tú, yo, qué más da–. Al margen de lo casposo de la situación –estas cosas se escupían en los colegios hace 50 años, cuando no se sabía casi ni lo que se decía–, qué vergüenza de momento y qué viaje a la vida en blanco y negro, qué nula sorpresa también por todo este personal que se empeña en desandar el camino. Y tiras el plátano, y escondes la mano. O te comes la cáscara, da igual. Nos vamos a extinguir, sin meteorito, entre dinosaurios.