Siempre se ha dicho que la mentira tiene las patas cortas. Las del PP, en cambio, las tienen bien largas. Ejemplos recientes de ellas tenemos por doquier. El más paradigmático es sin duda el del novio de Díaz Ayuso. La pareja de la presidenta madrileña oculta sus excesos detrás de una organizada operación.
A estas alturas probablemente ya conozcan los hechos, pero no está de más resumirlos porque hay que pellizcarse para comprobar que los damnificados de los impagos del comisionista sean el fiscal general del Estado y el ya ex líder del PSOE de Madrid. Lo cierto es que Alberto González Amador ganó unos dos millones de euros ejerciendo de intermediario en la venta de mascarillas en lo peor de la pandemia. El novio de Ayuso, insatisfecho con semejante pelotazo, defraudó a Hacienda y presentó facturas falsas para ahorrarse los 350.000 euros que debía pagar en impuestos.
Cazado por la Agencia Tributaria, Amador admitió su engaño, mientras el jefe de gabinete de su pareja, Miguel Ángel Rodríguez, diseñaba una trama con la filtración de un correo que contenía el acuerdo con la Fiscalía, pero añadía que había sido impedido por órdenes superiores. Para desarmar el bulo, el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, difundió una nota que aclaraba los hechos, lo que ha supuesto que el Supremo le investigue por revelación de secretos. Paralelamente, Juan Lobato ha visto hundida su carrera política por haber utilizado esa información para azuzar a Ayuso, mientras el PSOE llega a su Congreso bajo una gran convulsión. Entre tanto, del defraudador confeso ya no se habla. Increíble pero cierto.