Hola personas, ¿Qué tal va todo?, ¿preparados para estos puentes que cada año disfrutan algunos?, pues, hala, a por ellos. Esta semana vamos a pasear por el arte navarro que es pasear por la historia, las tradiciones, las leyendas, el pasado en definitiva.

El lugar, uno de mis favoritos: el convento de las agustinas recoletas de la Purísima Concepción en la plaza del mismo nombre, sé que he hablado en más ocasiones de este mágico lugar pero es que él solo da para muchos ERP; nuestro cicerone, uno de los que más, no digo el que más para no enfadarle, y mejor conocen el barroco navarro: Ricardo Fernández Gracia; el tema, una de las cuatro vírgenes, junto a la del Sagrario, la del Rio y la del Camino, que tradicionalmente Pamplona siempre ha venerado: la Virgen de las Maravillas. Veamos. El miércoles pasado estábamos citados unos cuantos privilegiados, al menos para mí esto es un privilegio, en el convento de las Recoletas para conocer de la mano del profesor Fernández Gracia un poco más de los tesoros que este cenobio encierra entre sus cuatro paredes. En el ERP de la semana pasada decía yo que desde la Taconera este convento, visto desde fuera, más parece un férreo penal que un lugar de tranquilidad y vida contemplativa, sin embargo, visto desde dentro es un rincón de la ciudad en el que me quedaría a vivir. Los que somos un poco frikys en esto del arte y amamos el barroco, con todos sus oros y todas sus palmas, rocallas y volutas, entre estas paredes estamos como pez en el agua. Durante el acto de presentación y antes de entrar en harina, Ricardo nos contaba la cantidad de horas que ha pasado él allí dentro inventariando todo el arte que las monjas atesoran en su clausura y al oírlo se me ponían los dientes tan largos de envidia que rayaba la tarima. No quiero ni pensar lo que tiene que haber allí dentro.

El acto lo convocaba la Fundación Fuentes-Dutor que, una vez más, ha sido mecenas de una obra de Ricardo Fernández y el motivo fue la presentación de la misma. La obra en cuestión trata de forma extensa sobre la imagen de la Virgen de las Maravillas que desde el siglo XVII, concretamente desde 1656, custodian las hermanas moradoras de esta casa. El acto empezó con la intervención del coro Divertimento que interpretó el Ave Maria de Puccini. A continuación se nos explicaron asuntos generales del convento, como el mecenazgo de Juan de Ciriza y Catalina de Alvarado, marqueses de Montejaso y paganos de la juerga, su fundación por parte de la madre Mariana de San José en 1634, la construcción del edificio por parte de Juan Iriarte según planos de Juan Gómez de Mora, la construcción y financiación de los retablos por parte de la madre María Fermina del Ángel de la Guarda, hija del gobernador de Nueva Vizcaya José García de Salcedo, que habitó entre las paredes del recoleto lugar entre 1700 y 1739 y que dejó heredera a la orden que la acogió, mandando levantar las joyas que hoy en día podemos disfrutar y que son la última obra del artista tudelano Francisco Gurrea y García, y se nos dieron datos como el que da cuenta de las mujeres que han pasado allí sus vidas. Entre 1634 y 1989 han sido 249, de las cuales, el 90%, 224, han sido monjas navarras. Tras estas explicaciones y alguna más, nuestro autor pasó al meollo de la cuestión. La Virgen de las Maravillas no es una imagen cualquiera que se venera en lugar santo por una cuestión de fe, que también, y nada más, no, la imagen tiene su historia, su función y su tradición.

La historia empieza en un convento vecino y el protagonista es un lego de dicho convento, me refiero al de los Carmelitas descalzos en la cercana calle homónima y el citado lego fue el hermano Juan de Jesús San Joaquín (Añorbe 1590- Pamplona 1669), hermano carmelita que pasó sus días con fama de milagrero y que fue protagonista de algunos hechos sobrenaturales y fantásticos, a los que tan aficionados eran en esas centurias, así por ejemplo se dice que siendo ya un hombre entrado en años y, a causa de su edad, ya desdentado, viéndose imposibilitado, lógicamente, para comer, suplicó la intersección divina y el Señor le dotó de 32 piezas nuevas y relucientes. Este y otros milagros jalonaban su vida, o eso se decía. El caso es que la mañana del 17 de marzo de 1656 paseaba por la calle Santo Andía, cercana a su convento, cuando en la casa de una vecina, llamada María Martín, vio algo que le llamó la atención en el suelo del zaguán, acercándose vio que era una imagen de la Virgen con el Niño en brazos, reprendió a la dueña de la casa por tener de semejante modo a la Santa Virgen y ella le dijo que no era suya, que el día anterior se la había dejado allí un hombre y que le había dejado recado de que se la diese al hermano Juan a cambio de una limosna. El lego corrió a su convento y pidió al padre superior una limosna que dar al portador de la imagen, pero ésta le fue negada. Al día siguiente cargó con la talla al hombro y la llevó al convento de las Agustinas recoletas quienes sí fueron generosas dando la solicitada limosna y acogiendo en su casa la maltrecha imagen. La mandaron a Madrid a policromar y restaurar, ya que para entonces la talla contaba con un siglo de vida y precisaba un retoque, se calcula que data de 1570 aprox. Unos meses después la Virgen de las Maravillas, cuyo nombre le fue adjudicado por azar entre otros propuestos, lucía más bonita que un San Luis en la sala capitular del convento. Allí estuvo hasta el año de 1674 en que fue sacada al templo para que pudiese ser venerada por el pueblo. Se le construyó un retablo en el que le acompañan todos los arcángeles, los canónicos, San Miguel, San Rafael y San Gabriel y los no canónicos Satiel, Uriel, Baraquiel y Jehudiel, remata la obra un cuadro de Santa Rita de Casia.

La imagen de la Virgen de las Maravillas no solo fue venerada, sino que también, de alguna manera, fue utilizada por los fieles ya que, la medida de la misma, 112 cms, fue trasladada a unas cintas de seda en las que se estampaba la leyenda Nuestra Señora de las Maravillas, y, hasta mediado el siglo XX, las embarazadas de Pamplona acudían al torno del convento para solicitar una cinta que se ataban a la tripa durante su gestación para sentirse protegidas.

Nos contó más cosas, pero lo mollar ya está dicho.

En el acto intervinieron los tenores Víctor Castillejo y Diego de Pablos, acompañados al órgano por D. Julián Ayesa y lo cerró el coro Divertimento interpretando los Gozos de Nuestra Señora de las Maravillas.

Lo mejor, como siempre, se reservó para el final y las monjas nos invitaron a unas rosquillas como no había comido en mi vida. Mano de monja

Besos pa tos.

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