Una carretilla y un vasco
Es posible que quien sepa de la existencia de un “Vasco”, que recorrió toda la Argentina paseando su condición de euskaldun, imagine una persona nacida en las montañas de Iparralde o en la costa guipuzcoana. Guillermo Isidoro Larregui Ugarte, sin embargo, presumía de haber nacido en la pamplonesa Rochapea. Y en los años 30 del siglo XX no tenía reparos en contestar ufano, a quien le preguntaba si era vasco: “sí, de Pamplona”, o responder “bai yaune” a quien le preguntara si era euskaldun. En los diarios argentinos lo retratan como un hombre de baja estatura, rubio y con el pelo rizado, con bigote y pobladísimas cejas sobre unos ojos claros y una gran nariz. También lo describen de cuerpo magro, fibroso y resistente. A menudo lo pintan como un vasco cerrado, incapaz de hablar correctamente en castellano, por lo que se comunicaba tan solo con infinitivos, aunque se trata de evidentes exageraciones, basadas en estereotipos. Larregui se manejaba correctamente en castellano, tal y como demuestran sus escritos. Más ajustados a la fama general de los vascos son las frecuentes alusiones a su carácter tenaz, a su colosal resistencia y a su determinación a terminar cualquier empresa que comenzase. Él mismo se ocupó de acrecentar esa fama, al asegurar que culminaba sus “raids” inhumanos, simplemente, “porque soy vasco”. Por supuesto, tampoco faltan alusiones a su condición de navarro, paisano “del inmortal Sarasate” y nacido en una tierra de “ágiles pelotaris y famosos soldados”, como se refería a él un periódico argentino en 1937.
Orígenes familiares confusos
Se han publicado dos biografías de Guillermo Larregui. La primera de ellas la escribió el periodista bilbaíno Txema Urrutia en 2001, y la segunda la argentina María Esther Rolón en 2016. Y el canal autonómico vasco ETB le dedicó además un documental en el año 2012. A pesar de todo, los orígenes familiares de Larregui siguen manteniendo puntos oscuros. El “Vasco” decía proceder de Pamplona, del barrio de la Rochapea, pero Txema Urrutia no encontró trazas ni en el Registro Civil ni en los libros parroquiales. Por otro lado, en las contadas veces que mencionó su infancia solía hablar de la vida en su “pueblo”, y la gente Pamplona sabe que el vecindario no se refiere nunca a la Rotxa en términos de “pueblo” sino de “barrio”. Ello, junto a la extraña falta de datos sobre su nacimiento, me llevan a pensar que tal vez, y aunque hubiera desarrollado buena parte de su vida en Iruñea, la familia procediera de algún pueblo de la montaña navarra. Ello justificaría el conocimiento del euskara del que hizo gala a lo largo de su vida. En una de sus crónicas periodísticas mencionaba sin nombrarlos a su padre y a su madre, además de varios tíos, y cuatro hermanos llamados Francisca, Julia, Tiburcia, Juan y Francisco. Una familia amplia, de la que no hemos encontrado traza alguna. Lo que sí podemos asegurar es que el apellido Larregui está muy bien documentado a principios del siglo XX en numerosos pueblos de la zona de Baztan, Malerreka y Bortziriak, además de la propia Pamplona.
Emigrante en Argentina
Al igual que miles de vascos de la época, Guillermo Larregui emigró a Argentina muy joven, en 1900 y cuando tan solo cuenta 15 años. Estuvo en Uruguay durante algún tiempo, y trabajó como carpintero y marino, recorriendo muchos países. Uno de sus amigos contó que montó una granja de cerdos, y es posible incluso que hubiese mantenido algún noviazgo serio. No obstante, ninguno de aquellos proyectos vitales terminó por cuajar, y en 1935 nos lo encontramos trabajando para la petrolera Standard Oil en la Patagonia. Allí, en una discusión entre trabajadores de varios países, a propósito de quiénes ostentaban los mayores récords, Larregui, que entonces cuenta 50 años, se siente picado en su amor propio, y dice que él sería capaz de recorrer los 3.400 km. que les separan de Buenos Aires empujando una carretilla. Y ante las chanzas de sus compañeros simplemente se prepara... y se pone en marcha.
Con la carretilla a cuestas
Entre 1935 y 1949 realizará cuatro increíbles viajes, a lo largo de 14 años, atravesando de sur a norte y de este a oeste la Argentina, sumando la colosal cifra de 22.000 kilómetros recorridos, empujando una carretilla que pesaba en torno a 180 kilos. Viajaba solo, con la excepción de varios perros que adoptó de forma sucesiva, que recibieron nombres como “Pancho” y “Cacique”, y a los que se refería como sus “secretarios”. La carretilla, meticulosamente aparejada y dividida en compartimentos, llevaba una lona para montar su tienda, así como todo lo necesario para subsistir, desde utensilios, provisiones y agua hasta combustible para calentarse y cocinar. Y nunca se olvidaba de llevar café, que consumía en grandes cantidades y que consideraba su verdadera fuente de energía. Con todo, los viajes supusieron para el “Vasco” un desgaste físico descomunal, que se irá acentuando con el paso de los años. En una ocasión se le congelan los pies a causa del frío, en otra se le agrietan y abren por el calor, y solía valerse del dolor de un juanete, al que llamaba “su barómetro”, para pronosticar los cambios de tiempo. Tuvo lesiones en manos y muñecas, y enfermó varias veces a causa de las lluvias y el frío. En una ocasión fue violentamente asaltado por tres tipos, y aseguraba sortear la amenaza de las fieras hablándoles, “como el santo de Asís”.
Larregui anunciaba a la prensa su llegada a cada localidad, y consigue así recibimientos multitudinarios en los que vende fotografías y acepta donaciones altruistas o facilidades en el alojamiento. Atraía de manera especial la atención de emigrantes españoles y sobre todo de vascos, que le organizan cenas y partidos de pelota, en los que se cantan himnos patrióticos como el “Gernikako Arbola”. En estas circunstancias Larregui presume de su identidad vasca, a los medios argentinos les habla de su madre como nere ama, se refiere a las mujeres como neskas, califica a quienes intentan aprovecharse de él de ipurbeltzas, y evoca soñador el txakoli, el txistu y los bertsos. En sus crónicas se muestra como una persona informada y culta, critica a Franco por haber bombardeado a “sus hermanos de Gernika” y, al observar determinados paisajes, hace comparaciones con pueblos manchegos o con las selvas de Formosa. Refuta con ironía las teorías de Darwin, diciendo que el ser humano no desciende del mono sino del loro, por su afición al parloteo, y atribuía a un supuesto origen kurdo de los vascos su propia afición a las kurdas. Curiosamente, las aventuras del iruindarra apenas tuvieron eco en su tierra. Tan solo hemos encontrado una breve referencia a su primer raid en Diario de Navarra (15-5-1936), y un artículo algo más largo, tras su muerte, en El Pensamiento Navarro (23-6-1954), en el que se intercala una caricatura imaginada de Larregui, representado como un fornido vasco, superpuesto sobre un mapa de... ¡Brasil!
Últimos años
En 1949 Larregui llega a las cataratas del Iguazú, se enamora del lugar, y decide establecerse allí. Se construye una curiosísima txabola, colorida e imaginativa como una casita de muñecas, elaborada con recortes de latas de conserva recicladas, y vive de sus recuerdos, contando historias y enseñando fotografías y medallas a los turistas. Incluso un presidente argentino, Arturo Frondizi, se acercará a visitarle. Durante 14 años lleva una vida sencilla e integrada en la naturaleza, hasta que muere repentinamente en 1964, cuando cuenta 78 años, intoxicado por una lata de carne en mal estado. Tras su muerte, las autoridades mandaron demoler su casita, de la que hoy ya no queda nada, pero eso sí, quien llegue hasta Iguazú podrá visitar su tumba en el cementerio local. A miles de kilómetros de la Rotxapea que le vio nacer, su lápida informa de que allí yace “GUILLERMO LARREGUI, EL VASCO DE LA CARRETILLA”. Y aunque no hay ningún epitafio, bien pudiera podido figurar allí una preciosa frase, escrita por él mismo en una de sus crónicas, que resumía perfectamente el sentido de su vida: “Nadie me podrá quitar la dicha de ser dueño de mi propio destino”.