Sergio Sayas, diputado ahora del PP, y ya me entienden el adverbio temporal, se ha mostrado muy orgulloso de “votar NO a regalarle un palacio al PNV en París”. Así lo ha escrito. En su currículum se bautiza como militante de la Libertad y comprometido con Navarra y con España. Si en serio lo fuera, si antepusiera esas virtudes a su oficio de sectarioparlamentario, borraría de inmediato su mensaje.
Siendo de formación filólogo hispánico, conoce el poder de las palabras. Por eso, y porque será militante de lo que quiera, pero no de la Verdad, ha evitado decir que su orgullo deriva de rechazar, y aquí se lo traduzco, “la devolución de un edificio adquirido en el exilio a su legítimo dueño”. Sin duda en el foro puntúa mezclar términos como mansión, Torre Eiffel, chollo y abertzale, pero eso no borra la historia: él y los suyos, los de ahora y los de antes, le niegan a su propietario la restitución de un bien inmueble confiscado por los nazis y regalado por estos al régimen franquista. Y se enorgullecen de ello.
Esto no va de ser de unas siglas o de otras, algo que, por cierto, nunca he entendido. Se es pelirrojo, de Calatayud o del Murcia Fútbol Club, lo demás es condición revisable cada vez que nos llaman a las urnas. Esto, repito, no va de ser rojo o azul, vasquista o españolista, sino de guardar un mínimo respeto a los hechos y asumir la consecuente reparación. En cuanto a la navarridad, el orgulloso olvida que aquel partido desterrado y expoliado también era navarro. Que se pille El Botín, del gran Miguel Sánchez-Ostiz, a ver si aprende a distinguir entre comprar y robar, devolver y regalar. Al menos a leer les podían enseñar.