La inteligencia artificial –IA en la jerga de los nuevos tiempos, que serán viejos en unos meses– no te va a explicar cómo te sentiste hace cinco años. Te armará un relato frío y extenso, bien documentado y trufado de datos, un buen tocho, casi milimetrado, pero nada sabe de lo que te pasó a ti de verdad, de lo que se coció por dentro y se removió fuera, ahí mismo. Quién o qué te va contar lo que te apretaban las sienes en esos ratos de miedo contenido, de ignorancia disparada, de paseos programados, de salida al súper cronometrada, de televisión durante muchas horas, de lecturas recuperadas, de cuidado desde la distancia, de visitas aceleradas, de trabajo en soledad, de desapariciones repentinas, de muertes anunciadas, de saludos desde las ventanas, de recogimiento obligatorio, de emergente negacionismo recalcitrante, de confianza en la ciencia, de reconciliación con el ser humano, de enfado con algunos seres humanos, de drama indisimulado, de conciencia de la fragilidad, de horarios cambiados, de emoción a veces, de emociones todo el rato, de aislamiento, de separación, de agobio, de impaciencia, de respeto, de admiración...

Mi vecino Ramón anda estos días con el Whatsapp revolucionado porque después de creer que lo tenía dominado tras cinco años con el bicho metido en el teléfono, “qué cosas descubren los nietos” me decía, ahora le mandan vídeos y bromas que no entiende, que desde luego no le encuentra la gracia. Políticos que no se pueden ni ver cantando villancicos en Navidad, coros de gobernantes de países enfrentados entonando himnos felices cogidos de la mano, hasta futbolistas luciendo camisetas de otros equipos con gesto de aprobación. Y Ramón, que aprendió hace tiempo a no ser un incauto, no necesita que sus nietos le expliquen demasiado que se hacen bromas y chanzas con los rostros de los famosos metidos en cuerpos que no son suyos y que representan cosas que no lo son. Se pone serio cuando me dice que en algunos temas estas historias engañan, enredan y equivocan. “La Inteligencia Artificial da para muchas cosas”, le respondo con tono docto; “o sea”, me replica, “hay tiempo libre y poco seso”. Pandemia.