La ONU acaba de publicar, como hace todos los años, su ránking sobre el reparto de la felicidad en el mundo. No te llama la atención que de los 20 primeros países de la lista 14 sean europeos. Tienen razón quienes sostienen que el viejo continente es el mejor lugar del mundo para vivir. En comparación con casi todos los otros lugares, nuestra situación es envidiable en cuanto a bienestar, protección social, avances en el campo de la igualdad o reconocimiento general de derecho y libertades.

Luego, las cosas no son tan bonitas cuando pasamos a la letra pequeña. También aquí las conquistas sociales llevan años ralentizadas, la desigualdad económica aumenta y las libertades públicas cada vez prevalecen menos ante estados y corporaciones. Por no hablar de esa Europa insolidaria con la inmigración y predadora con los países del sur mundial, que hace la vista gorda ante déspotas y asesinos en nombre de la economía y la geoestrategia. Eso también forma parte del modelo de vida europeo que ahora nos llaman a defender con más gasto militar. Otros datos del estudio del organismo internacional simplemente te ponen mal cuerpo.

Por ejemplo, que Israel sea en este 2025 el octavo país más feliz del mundo, por delante de Luxembugo, Suiza o Canadá. Se diría que el hecho de considerarte el pueblo elegido por Dios pesa mucho en el momento de medir tu dicha terrena, más allá de una vida armada hasta los dientes construida a base de machacar sistemáticamente a tus vecinos y a buena parte de tu propia población. A ver a qué puesto escala el país judío los próximos años, cuando culmine en Gaza la limpieza étnica que parece va a suceder a la actual matanza. Porque esa desbordante felicidad incide claramente en la desdicha de otros. No es casualidad que el Líbano sea de los últimos países del ránking mundial. Detrás solo tiene a Sierra Leona y Afganistán, el último de la lista, por méritos propios y ajenos.