Las cifras otra vez. Esas cifras que se asoman de nuevo plasmando tan solo una parte de la realidad, la que es contable, lo que se puede medir. Pero que no alcanzan ni de lejos a reflejar la realidad que miden. Esta semana hemos conocido los datos de violencia machista en Navarra en el último año. Unas cifras tristemente de récord. Datos que nos ponen todavía más en alerta ante el aumento de la violencia contra las mujeres en nuestro entorno y que nos dicen que de media cada día más de diez mujeres interponen una denuncia contra su agresor. Las denuncias aumentan y eso es que cada vez hay más violencia oculta. Porque la real no es la que se mide en estas cifras, sino también la que no llega a convertirse en número. La que está y no se denuncia, la que se sufre y se calla. La violencia que se comete a diario en muchos hogares y fuera de ellos contra mujeres de todas las edades. Dicen que tan solo entre un 10 o un 20% dan el paso de iniciar un procedimiento judicial contra su agresor. Así que si se piensa un poco, son muchas más de diez cada día las mujeres maltratadas en Navarra. Desde los diferentes organismos que trabajan para tratar de acabar con esta lacra social insisten siempre en la importancia de denunciar. Y es así, pero no del todo. Denunciar es un proceso complejo, duro, que exige mucha fortaleza y ante el que las mujeres pueden sentirse muy solas porque no siempre se hace justicia. Lo vimos recientemente en la pantalla con series como Querer o películas como Soy Nevenka, dos extraordinarios relatos sobre el proceso que atraviesa una mujer tras denunciar acoso o violencia sexual. Pero lo hemos visto también en la vida real con la reciente sentencia del caso Alves, que ha absuelto al jugador del delito de agresión sexual por el que había sido condenado. Una sentencia que poco o nada ayuda a que otras mujeres den el paso de denunciar. Absolución por “la falta de fiabilidad” en el relato de la víctima. Una víctima que hay que recordar mantuvo su relato en todo momento, desde que fue atendida en la discoteca, donde se siguió el protocolo a rajatabla y en ningún momento quienes la interrogaron y atendieron, allí y después, percibieron esa falta de fiabilidad a la que ahora aluden bajo el paraguas de la presunción de inocencia, un derecho sin duda siempre, como lo es el derecho de la víctima a que se haga justicia con lo que ella sufrió. Lo que ocurrió en ese baño fue denunciado como una agresión sexual y condenando en primera instancia. Es evidente que esa y la inmensa mayoría de las agresiones se producen en espacios privados, donde solo están la víctima y el presunto agresor. Que no hay más pruebas que el cuerpo y lo que víctima y agresor declaran. El cambio hasta tres veces su versión, pero para los jueces el testimonio no fiable es el de ella. ¿Cómo fiarse de la justicia?