En medio de la inmensa constelación de estrellas internacionales que nos están visitando en los últimos tiempos, es gratificante comprobar que algunos grupos nacionales son capaces de aguantarles el envite, mirarlos a los ojos y medirse con ellos de tú a tú. Amaral es, sin duda alguna, uno de esos pocos escogidos, con una discografía mucho más que sólida (esto es opinable, habrá a quien no le gusten sus canciones), y una propuesta escénica absolutamente apabullante (esto no es opinable, ahí están los medios técnicos y audiovisuales, la calidad de la banda y, sobre todo, la fuerza y el carisma de ese animal de escenario que responde al nombre de Eva Amaral).
El dúo de Zaragoza lleva casi treinta años encaramado a la élite del rock español y, por lo escuchado en su último álbum y lo experimentado el pasado sábado en el Navarra Arena, de momento no tiene ninguna intención de abandonar su posición de primacía. El concierto comenzó con unos minutos de retraso que las casi siete mil almas que les aguardaban supieron perdonar sin impacientarse. Tras un vídeo introductorio, Eva apareció enfundada en una capa negra con capucha del mismo color y recorrió la pasarela que se adentraba en el público, mientras por los altavoces sonaba la intro de Dolce vita, la canción que da título al disco y a la gira, y que abrió el concierto de Pamplona. Las composiciones de su álbum más reciente coparían la primera parte del show, con algún esporádico rescate de su arsenal de hits (Toda la noche en la calle).
CONCIERTO DE AMARAL
Intérpretes: Eva Amaral (voz y guitarra), Juan Aguirre (guitarra), Ricardo Esteban (bajo), Álex Moreno (batería), Miriam Moreno (saxo), Sergio Valdehita (teclado), Laura Sorribas (chelo y coros).
Fecha: 24/05/2025.
Lugar: Navarra Arena.
Incidencias: Concierto de la gira Dolce vita de Amaral. Unas siete mil personas.
El primer punto de inflexión llegó cuando Juan se quedó solo en el escenario; saludó, salió a la pasarela, dedicó la actuación a una niña que se llamaba Ane (era su primer concierto), e interpretó, a solas, Tardes. Cuando acabó, Eva estaba de vuelta, dispuesta a ofrecer el momento más espectacular de la noche, que se vivió con la canción En el centro de un tornado, en la que la artista se elevó varios metros sobre el suelo, alzada por unas cuerdas que colgaban de lo alto del escenario; impresionaba verla cantando en las alturas, con su chorro de voz y la cola de su vestido rojo ondeando en su caída. El concierto avanzaba y la proporción de clásicos iba aumentando. La terna formada por Kamikaze, Moriría por vos y Días de verano hizo que el público se desmelenara por completo, pero ni Eva ni Juan querían rendirse a la nostalgia, así que siguieron mostrando su material más reciente, que bien lo merece.
Tocaron entonces Viernes Santo y Podría haber sido yo, precedida esta última por un vídeo de Víctor Jara (a quien hace referencia su letra). La conexión con sus seguidores estaba siendo extraordinaria, y así lo reconocieron cuando dijeron “estar sin palabras” antes de lanzarse con Cómo hablar. La primera falsa despedida llegó con otro truco efectista: Eva comenzó a cantar Los demonios del fuego, mientras se deslizaba sin mover los pies por la pasarela hasta el extremo de la misma. Hubo dos tandas de bises. La primera la abrieron Eva y Juan, solos, con una desnuda versión de Sin ti no soy nada. La guitarra de uno y la voz de otra: pocas señas de identidad más fáciles de reconocer en la música de nuestro país. Y continuaron mezclando himnos añejos (como Hacia lo salvaje, a la que añadieron una intro muy Morricone) con cortes de su última cosecha.
Al final, interpretaron las quince canciones de ese Dolce vita que acaban de publicar. Se echaba de menos una de ellos, Ahí estás, que, en opinión de quien esto escribe, está a la altura de sus grandes cimas compositivas, y fue precisamente la que eligieron para cerrar un show incontestable. Hubo espectáculo y buenas canciones. Hubo disfrute y emoción a raudales. Hubo, en fin, un grupo en su máximo esplendor.