Un día decides no decir más tonterías. Piensas que ya has dicho muchas y te propones no decir ninguna más. Con íntima convicción. No obstante, acto seguido, abres la boca y vuelves a decir otra tontería de las tuyas. No te culpes: siempre es así. Es muy difícil no decir tonterías. Yo creo que es imposible: las dices a lo tonto. Puede que por eso se llamen tonterías. No sabes ni por qué las dices. Parece que tuvieran vida propia. Son como las partículas elementales de la psicoatmósfera, Lutxo. Las respiramos todo el tiempo, le digo. Y me suelta: Hacía mucho que no hablabas de Trump. Y le digo: Ahora le ha declarado la guerra a la inteligencia y a Barrio Sésamo.
Le pregunto si se acuerda de Barrio Sésamo y me suelta que solo del monstruo de las galletas. Pero bueno, al menos parece que lo dice con cierta nostalgia. El caso es que estamos un día más ahí, en la terraza del Torino, Lucho y yo, arreglando el mundo con dos cafés con hielo, y cuando me cuenta que Trump quiere edificar zonas de fiesta y hoteles de lujo sobre las ruinas ensangrentadas de Gaza, le digo que no sé qué decir y que me quedo mudo. Pero estoy totalmente de acuerdo con Paco Roda cuando dice que si Yala Nafarroa, la plataforma navarra contra el genocidio, lanza el txupinazo desde el balcón del Ayuntamiento, el próximo 6 de julio, ante una plaza mundialmente famosa llena de banderas palestinas elevadas al cielo y ondeando a la vez como una sola, esas imágenes sería excepcionales y podrían convertirse en un acto simbólico de gran valor e impacto a nivel internacional.
Se verían en todo el planeta y quedarían grabadas para la Historia de la conciencia humana. Hasta podrían resultar inspiradoras para iniciativas similares en lugares diversos, le digo. Y me dice que él ya ha votado por Yala, el viejo gnomo. A veces, me sorprende.