Llevo con los pies en alto desde el domingo a la noche. Aún no me he recuperado de la paliza del partido entre Alcaraz y Sinner. Esos partidos a ellos no digo que no les cansen, seguro que sí, pero entrenan y se alimentan bien y al menos queman ansiedad corriendo y todo eso, mientras que los sufridos espectadores nos tenemos que conformar con sacarla a gritos o maldiciendo y con ese nerviosismo pasivo que te consume.
Más de 5 horas de eso, con absolutamente el 90% de los puntos siendo decisivos, acaban agotando a cualquiera. Ya en serio, el caso es que ganó Alcaraz, algo que vi imposible con el dos sets a cero, con el 2 a 1 y 3 bolas de partido para Sinner –una especie de mezcla entre Djokovic, Lendl y además con un saque demoledor si entra– y cuando Sinner le rompió el saque en el quinto a Alcaraz y se pusieron 5 a 5 tras ir 5-3 el murciano. Ahí pensé también que le pasaba por encima. Porque si meritorio fue lo de Alcaraz, reponiéndose a varias situaciones durísimas, no fue menos lo del italiano, que al inicio del quinto parecía entregado y acabó remontando y casi llevándose el duelo.
5 horas y media de un tenis estratosférico, para dejar el partido entre ese ramillete de cinco o diez encuentros que pasarán a la historia de este deporte. Y un nuevo ejemplo más de que cuando algo es bueno, intenso y lo ejecutan atletas brillantes su duración es irrelevante. Un partido así a 3 sets te hurta otros 2 de gloria pura, de la misma manera que las etapas de ciclismo de más de 200 kilómetros son fantásticas y premian a los más resistentes o que los 50 kilómetros marcha a días eran epopeyas maravillosas. En el mundo de la inmediatez, las cosas cortas y simples, los vídeos de 30 segundos y las canciones de minuto y medio o dos, la finalaza del domingo nos reconcilia con el tiempo indefinido, con lo extenso, con las historias épicas con mil giros. ¿Cansados? Doblados, pero felices.