Sánchez, tono lúgubre. Chivite, reacción plañidera. Él, teatro. Ella, turbación escénica. Con honestidad, ninguno podrá aducir sorpresa absoluta. El germen navarro, recurrente en el historial de corrupciones vinculadas al PSOE. Desde Urralburu hasta el caso Koldo, en una visión panorámica de más de cuarenta años. Hasta perdieron la presidencia del Gobierno foral (1995) por una cuenta en Suiza. El extenso informe de la UCO, casi quinientas páginas, parece ser solo el prólogo de futuros capítulos. Quizá los premios Max de Teatro –entrega el lunes en el Gayarre– incluyan un especial al mejor actor de farsa política dedicado a Santos Cerdán. Su público más cercano y leal, cautivado por la persona, no vio al personaje. Sánchez y Chivite, aquejados de falta de olfato político. A pesar de la amistad peligrosa y astuta que colocó en el partido y, después, promocionó en Madrid. Decenas de manos quemadas por haberlas puesta en el fuego de la confianza. Irrecuperables para su futura credibilidad. La revelación de los hechos se ha producido en un momento dulce del PSN, mediada su segunda legislatura en el Palacio de Navarra, tras etapas de frustración por su connivencia con la derecha de la Comunidad. Buscada, hasta llegar a un Ejecutivo coaligado con UPN, o sobrevenida por la prohibición de Ferraz a explorar gobiernos alternativos. El cambio de 2015 lo facilitó la falta de influencia de los socialistas. No pudieron evitarlo. El escarmiento electoral y las posteriores conveniencias de alianzas de Sánchez ayudaron al resurgimiento de la franquicia foral. María Chivite, apadrinada por Cerdán, se las prometía muy felices con el conformismo crítico de Geroa Bai y Contigo-Zurekin y la interesada complicidad de EH Bildu. No esperaba esta carga de profundidad. Horas después de la Conferencia de Presidentes, tardeaba con amigas en el Subsuelo de la Plaza del Castillo. Esta calamidad con origen en Navarra podría devolverla al subsuelo electoral.
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