Hola personas, ¿qué tal? ¿recuperados? ¿aquí? ¿en el pueblo? ¿en Zarauz? ¿en Salou? Bueno, sea donde sea, seguro que estáis todos como nuevos. Esta semana, dado que la anterior me la tomé festiva y nada conté de mis andanzas, haré una especie de diario de las dos últimas semanas en las que ha pasado mucho y por su orden. Como veréis yo no necesito mucha recuperación porque fui cauto y me dosifiqué. Viví intensamente, todo lo intensamente que se puede vivir los sanfermines a mi edad, lo que la fiesta me ofreció en sus dos primeros días. Un año más vibré con el Chupinazo, para mí momento cumbre de la Fiesta en el que estamos todos, en el que la intensidad se vive concentrada, estamos todos en pocos metros cuadrados, todos pletóricos, todos alegres, la juventud y menos juventud desmadrada con licencia de todos, nadie protesta un desmán a las 12 del 6 de julio, casi todo se permite porque casi todo es permisible. Para que no quede duda de que la ciudad ha explotado en fiesta y alegría, un río de 200 gaiteros sale de la plaza del Ayuntamiento, desemboca en Mercaderes, sube Chapitela, atraviesa la plaza del Castillo, discurre por los primeros metros de Carlos III y por Duque de Ahumada se diluyen a la altura del Niza para ir a remojar, merecidamente, sus gañotes tras casi dos horas de interpretar el “Ánimo pues” del maestro Turrillas. Tras una buena pitanza inaugural del cotarro, rodeado de buenos amigos, de esos con los que tengo más de 50 años de amistad, me acerqué a la Monumental pamplonesa a ver que nos ofrecían los toreros a caballo. El chico de los Hermoso de Mendoza, dio un espectáculo digno de su padre y abrió el portón del encierro. El resto cabalgó y cabalgó, pero poco más. Tras los toros un poco de recorrido hostelero y di por acabada la jornada. A la noche escuché los fuegos desde casa que se oyen muy bien. El día 7 lo empecé tarde porque mis achaques motrices, aun persistentes, me desaconsejaron meterme en jaleos multitudinarios y multitudinaria es la procesión, así que no fui, pero… San Fermín que todo lo ve, me bendecirá…, dice la canción. Tras un breve aperitivo y una tranquila comida, la Monumental pamplonesa nos recibió de nuevo en una tarde de toros en la que lo mejor fue la merienda. Volví a escuchar los fuegos desde casa y me retiré a descansar que al día siguiente había que viajar. Y así fue, el día 8 la Pastorcilla y un servidor tomamos carretera y manta y nos fuimos a pasar unos días a Cantabria, concretamente al municipio de Solórzano. Si te hablan de un pueblo cuyo topónimo sea esdrújulo y no sepas donde está, apuesta por Cantabria y acertarás. Solórzano es uno de esos pueblos típicos del interior cántabro, perteneciente a la comarca de Trasmiera, con sus casonas del XVIII, maltrechas por desgracia, sus casas de indianos, mejor conservadas, y sus casas típicas de vaqueros que, con su actividad, dan al entorno ese olor característico de toda la región: el campo cántabro huele a fiemo. Nadie se ofenda, es la verdad y a mí me encanta. Ese estiércol solo es una parte de la cadena, ya que de la misma vaca sacan la mantequilla, y la mantequilla forma parte de una de las especialidades pasteleras de la región, y no me refiero a los famoso sobaos pasiegos, sino al delicioso hojaldre cántabro. Torrelavega tiene fama de hacer el mejor hojaldre de España, y sus Polcas de la pastelería Vega y sus Tartas Milhojas de casa Santos lo confirman. Otro producto digno de mención son las Corbatas de Unquera y los hojaldres caramelizados de la pastelería Milhojas de Cabezón de la sal. Todos los nombrados viejos conocidos de mis problemas de colesterol y azúcar, pero no conocía el manjar que he conocido este viaje: los almendrucos de Hojaldrería Cristina de Santoña. No es el mismo almendruco que aquí, no, es un bocadito de hojaldre en la base y un crocante de almendra machacada, azucarada y horneada por encima. Un manjar del que puedo atiborrarme e irme al otro barrio feliz.

Los días vividos en aquellas tierras han sido deliciosos. Cantabria nunca falla, sus verdes, suaves e intensos, altos y bajos, claros y oscuros, insultantes todos ellos por la ostentación de su belleza, se confunden, sin solución de continuidad, con unas playas eternas, infinitas, bañadas por un mar fresco, abierto, limpio, bravo, divertido, y si a estos valores seguros le añades uno variable y tienes la suerte de que salga el sol, ya la cosa es impagable, y nosotros tuvimos esa suerte. Todo ello, sumado a la buena compañía de buenos amigos y a unas buenas cuchipandas de servilleta y mantel, dio como resultado unos impagables días de descanso y diversión.

El día 12 desanduvimos lo andado y a media tarde entrábamos por San Jorge para despedir los SF 25. El día 13 disfrutamos de uno de esos aperitivos sanfermineros, largos como un sábado sin dinero, en los que vas de bar en bar, de txaranga en txaranga, conociendo gente de la que te haces íntimo en dos minutos, tomando cañas en sitios que el resto del año ni los pisas y llegando a casa a comer con el tiempo justo de preparar la merienda y salir pitando para la plaza. En la Monumental se vio a dos vestidos de luces salir por la puerta grande, pero en realidad yo no vi muchas luces en sus faenas. Tras una vuelta corta, me retiré con prudencia y volví a oír los fuegos retumbar en el eco de mi patio. Os parecerá broma, pero los fuegos cuentan con una parcela interesante en su ritmo y su cadencia y solo escucharlos también tiene su punto atractivo, y ahí soy especialista.

El día 14 era día de despedida. A las 13 horas mi guitarra y yo teníamos una cita con la Cofradía de San Saturnino para guitarrear a placer en la puerta del Maisonnave y allí que nos fuimos. En un momento se nos acercó un muchacho cuyos rasgos no dejaban lugar a dudas de que tenía el síndrome de Down. A mi compañero de la percusión le pidió tocar el tambor, cosa a la que accedió, pero yo vi que miraba mi guitarra con ojos golositos, ¿sabes tocar?, le pregunté, sí, me respondió educado y tímido, ¿quieres que te la deje?, le dije, y se le iluminaron los ojos, otro cofrade se puso frente a él para que le copiase los acordes de la canción que se interpretaba y le seguía a la perfección. No sé si me leerá esto, pero desde aquí le digo que se pase por la Cofradía en la calle Ansoleaga y que le haremos uno de los nuestros. Tras el aperitivo musical, hicimos sociedad por las calles de lo viejo y a la tarde, nuevamente, pusimos nuestras reales posaderas en la grada 8 asientos 49 y 50 para ver a los Miuras y al venezolano Colombo, que empieza a destacarse como torero de Pamplona, y a la espectacular despedida de las peñas cada año más apabullante.

Los fuegos los volví a oír y al pobre de mí excusé mi asistencia.

El resto de la semana ha sido un coñazo.

Ya falta menos.

Besos pa tos.

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