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Recursos humanos

Maite Pérez Larumbe

La agitación

Navarros y navarras, de compras antes de la NavidadPatxi Cascante

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Como todos los años, llegan estas fechas y les transmito con puntualidad mi fastidio prenavideño. De la abundancia del corazón habla la boca y el mío rebosa como puchero al fuego, efervesce. Lo diría si es posible decirlo así.

Les cuento lo que me pasa en la esperanza ingenua, algo exótico a esta edad, y a la vez interesada, más que comprensible y no reprobable, de que si les suceden estas cosas o parecidas no me sentiré tan rarita, que es una sensación ya compañera de puro conocida, hecha a mí como la chaqueta vieja de andar por casa.

Sin embargo, aunque no añoro experiencias inmersivas, estaría bien no sentirme tan incómoda de aquí al siete de enero. ¿Cuánto de incómoda se siente usted? Tanto que se lo tengo que contar, porque en cuanto veo una calle iluminada o un Papá Noel trepador salivo agresiva como perra de Pavlov. Y lo que no me suele costar se me hace un mundo.

He conseguido identificar que lo que me enferma es la agitación. Agitación que no es movimiento ni cambio ni propósito, lo que me saca de quicio es esa cosa entre acelerada y obligatoria. ¿Pero usted le hace caso? Pues poco, pero es algo que flota en el ambiente y todo influye.

Odio la agitación. Huyo de ella. No me gusto agitada, me sienta mal. Para describir cómo me transforma, piensen en agua a temperatura ambiente (piensen a nivel molecular) con las moléculas describiendo movimientos compensados, curvas suaves. En este escenario, si se aumenta la temperatura, lo que antes fueron coincidencias, hola H2O, ¿qué tal H2O?, ahora son choques, oiga H2O, que estaba yo antes, y lo que fue desplazamiento armónico se convierte en paroxismo, desasosiego, urgencias implacables, anticipaciones exageradas, tiránicos deseos, listas y sumatorios. Creo que va de eso.