El tema de la peste porcina africana me tiene loca. Como para rodar una película de ficción o recuperar clásicos como La escopeta nacional si no fuera porque acabamos de pasar por una pandemia, no hay una vacuna a la vista para proteger a nuestros cerdos y sabemos del fuerte impacto económico que este brote -al parecer controlado en el perímetro catalán- tiene en el sector cárnico. Los expertos hablan de los efectos del cambio climático, temperaturas más suaves que propician la cría de jabalíes y mayor comida que encuentran en zonas de regadíos.

Los más veteranos -todos de pueblo- que tienen bastante atravesados a los de Medio Ambiente tienen sus propias teorías: el monte no se limpia, se limita la caza “y hasta los perros que llevas”, y se ha dejado que haya sobrepoblación de animales salvajes: “Y ahora, en Aragón pagan 30 euros por cada jabalí muerto...”. Mientras tanto, jóvenes que han llevado mascarilla y que veían con malos ojos que se disparase sobre jabalíes, corzos, ciervos y conejos, ahora preguntan por las enfermedades y parásitos que pueden transmitir. Éstos, los de la burbuja, desconocen seguramente que la naturaleza se autorregula desde tiempos inmemoriales y que no hay que temerla.

Por si fuera poco un comité de expertos investiga si el virus pudo salir de un laboratorio dado que la cepa detectada no es la misma que la que ha causado otros brotes en Europa. Un Wuhan catalán. China es uno de nuestros mercados de cerdo más potentes y ya hay teorías de la conspiración. En víspera de Navidad queremos comer jamón tranquilos. Y saber que enfermedades que creíamos erradicadas hace 30 años se controlan.