Me pidieron desde una asociación cultural de Zarautz y Zumaia que les preparara una charla sobre lo que se está moviendo en el mundo de la ciencia en estos años. Ahora que llegamos al cierre del ejercicio anual, los medios de comunicación científica hacen su resumen, mostrando cómo en esto de la investigación el mundo sigue avanzando, aunque parezca que el general entontecimiento y mierdificación de las redes y sus algoritmos pueda cambiar la tendencia; o también cómo la acción desmanteladora del pensamiento crítico que ejerce el gobierno Trump en temas como el clima, las vacunas o la cooperación internacional amenacen un retroceso a tiempos más… medievales, por decirlo de alguna manera.

El otro día, la revista Nature, que resume cada año esa ciencia de avanzada seleccionando diez personajes que la han protagonizado, colocaba en el centro a un bebé que durante este año fue conocido como “paciente Eta”.

Con seis meses de edad, recibió una terapia experimental personalizada, una edición genética que corregía una deficiencia en su genoma que podría acabar con su vida. Y ha revertido su condición gracias a este avance de la ciencia que se ha plantado como una revolución en los últimos años. A pesar de todo seguimos pensando en cuantos cientos de miles de bebés siguen muriendo en el mundo y no por falta de tratamiento, sino de voluntad y dinero, en un mundo terriblemente injusto y cruel.

Un poco por eso, esa charla del otro día donde hablé del bebé y de la peste porcina africana, de viajes espaciales y muchas otras cosas, la llamé “la ciencia urgente”. Porque más allá de que progresemos a pesar de los involucionistas, sentimos que hay temas en donde tenemos que apretar el paso si no queremos fracasar. Y donde no podemos dejar que las malas artes de quienes buscan provecho personal impidan el avance.