España y Europa son marxistas, querido lector, pero no se me enfade todavía, pues el barbudo germano que engendró la hoz y el martillo para degollar vidas y aplastar mundos pasados decía que todo era única y exclusivamente un resultado de las condiciones económicas, incluso la religión, las ideas, la política, el comportamiento... Resultado de las condiciones materiales, del sistema de producción y su gestión. Basta atender a cualquier medio informativo hoy para ver cómo lo principal son las finanzas, abstractos en los bancos. Además, España es, al parecer, el país de las grandes mentiras, que caen como una cascada institucional desde la cúspide hasta los pies, ya sucios del barro burocrático y estatal, de los más humildes, los que han de pagar lo que se llevaron los grandes. No extraña que los alemanes y la prensa extranjera señalen con análisis la osadía de este país pretencioso que se creía uno de los más ricos del mundo sin pasar de ser mediano. Por eso se enfadan, porque tenemos 52 aeropuertos y ellos solo 39, pero casi nos doblan en población. Es decir, en proporción, más del doble, y les mendigamos ahora. Algunos tan excelentes, como el recién inaugurado y cerrado de Ciudad Real, por inviable. Pero son varios los muy deficitarios, como los de Huesca, Lérida, Burgos, Albacete, Logroño, Badajoz, Salamanca o Vitoria, y esta última ciudad tiene a su alrededor, a menos de cien kilómetros de distancia, cinco aeropuertos, aparte del propio.
También gozamos de más trenes de alta velocidad que Alemania. Hace tres años, el secretario de Transportes de Estados Unidos, el país más rico y poderoso del planeta, al ver nuestra red contestó diciendo: "Ustedes son muy ricos, nosotros no nos lo podemos permitir". No son sino algunos ejemplos de lo que nos ha pasado en los últimos años, como ridículos nuevos ricos, sin serlo. Algunas inversiones han sido brillantes y han beneficiado a muchos, otras han sido ruinosas, pero todos pagamos el despilfarro que unos pocos han gestionado. Nadie va a la cárcel por ello ni arregla los desperfectos. Los alemanes, mucho más ricos que nosotros, están enojados con las monsergas que desde aquí se cantan, mientras les pedimos limosna.
Como me decía el otro día Mario Conde, al presentar mi último libro de poemas: "hay que asumir que las nuevas generaciones vivirán peor y trabajarán más". Se han gastado el dinero de su futuro. La idea del progreso se desmorona, pero no perdamos la esperanza: queda la poesía y otros modos de vivir sin despilfarrar, entre flores, pues se puede alcanzar la felicidad sin tener tanto de un modo tan tonto. Volveremos a ser algo más humildes.