Frente a un feminismo radical e ideologizado por algunas corrientes de pensamiento o de partidos políticos que solo buscan votos a cualquier precio, hay otro u otros feminismos comúnmente aceptados por todo ser humano con un mínimo de sensatez, que buscan fomentar la dignidad de la mujer en todos los aspectos. El mismo valor y dignidad que el hombre a efectos de igualdad salarial por el mismo trabajo, de reconocimiento social y apoyo a la maternidad como pieza clave de una sana humanidad, de respeto a su intimidad, sin que toda una industria de la publicidad y de la diversión la siga considerando un objeto de consumo, víctima de la trata o de la violencia doméstica. Todo ello promovido por unas mentalidades machistas, ancladas en una visión de la mujer esclava de sus caprichos, incluso en las sociedades que se dicen más avanzadas. La ley de la fuerza solo es propia de sociedades primitivas, no de las civilizadas y maduras que valoran tantas aportaciones que la humanidad debe y seguirá debiendo a la mujer en tantos campos de la familia, sociedad, cultura, creatividad o de su servicio desinteresado a los más vulnerables. También en su contribución a la paz, en unos momentos en que el mundo se desgarra en continuos conflictos que más se parecen a una nueva guerra mundial a pedazos en que mujeres, niños y ancianos son sus principales víctimas. ¿Cuántas mujeres hay en gobiernos y en organismos internacionales donde se deciden presupuestos para la carrera de armas o para la nuclearización de los estados? Mientras no ocupen las mujeres estos puestos de responsabilidad a nivel mundial, la ley del más fuerte seguirá imperando. Por eso conviene entablar cuanto antes un razonable diálogo y entendimiento de los variados feminismos para que éstos no deriven tampoco en actitudes feministas radicales que desembocarían de nuevo en la ley del más fuerte.
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