Desde 1974 el 5 de junio de cada año se celebra el Día mundial del Medio Ambiente. Una jornada para, en primer lugar, agradecer la vida del planeta del que formamos parte, deslumbrante en su belleza, su complejidad y su grado de conexión. Es difícil conocer la naturaleza y no quedar sobrecogidos por su misterio. Tenemos ocasión de homenajear la vida, y sería ésta la primera tarea de este día: agradecer su grandeza.

Pero, en segundo lugar, es un día para hacer balance de su estado. En las últimas décadas las amenazas que acosan a la naturaleza no han cesado de aumentar: calentamiento climático, pérdida de biodiversidad, acidificación de los océanos, deforestación, contaminación, empobrecimiento de los suelos, etcétera.

Todos estos fenómenos tienen una deriva creciente y son debidos principalmente a la actividad humana. Es nuestro modo de producción y consumo, desenfrenado y depredador, el que está provocando un quebranto en el medioambiente sin parangón en la historia de la humanidad. Nuestro así llamado desarrollo cabalga sobre una maquinaria que provoca muerte y destrucción.

Los daños no se limitan a la naturaleza, sino que estos peligros están afectando a la humanidad en su conjunto, y de modo especial a las poblaciones más pobres. Vuelven a ser ellas quienes pierden. También lo harán las generaciones futuras, que vivirán en un ambiente mucho más degradado y convulso que el actual.

Este modo de vida nuestro es insostenible, no podrá perdurar en el tiempo, tiene fecha de caducidad. Esto significa que, sin duda, será modificado sustancialmente. La cuestión no es si esto sucederá, que sí ocurrirá, sino cuándo lo hará y cuánto daño habremos causado para entonces.

A día de hoy sabemos que el objetivo de la sostenibilidad del planeta debe ser conjugado con otros dos fines: la eliminación de la pobreza y la desigualdad, así como la generación de prosperidad para disponer de suficientes medios de vida digna para todos. Esto requerirá de una buena gobernanza de los estados y de las empresas. Precisaremos de una voluntad decidida y de visión larga del ámbito público y del privado para dar respuesta a estos desafíos. Son los retos de nuestro tiempo. Cómo respondamos a ellos marcarán el juicio histórico sobre nuestra generación.

Los procesos de deterioro medioambiental tienen actualmente un ritmo vertiginoso, pero a escala de la biografía humana son aún lentos. Esto nos permite darnos el lujo de hacer como si no los viéramos y vivir de espaldas a esta realidad. Sin embargo, lo más razonable y más digno es que busquemos formas de proteger nuestro planeta.

A una escala aún pequeña e insuficiente esto ya está sucediendo. La transición ecológica está en marcha, si bien de forma tímida. Trata de crear una economía circular que no finalice dispersando desechos, sino que los reintroduzca en la cadena natural o en la de producción. A su vez, también intenta generar energías limpias, que no emitan gases de efecto invernadero a la atmósfera. Por otro lado, la concienciación de la ciudadanía es cada vez mayor y son más las personas, asociaciones y grupos empeñados en proteger la naturaleza.

La aparición reciente de la estudiante sueca Greta Thunberg, haciendo huelga cada viernes para demandar a los gobiernos la lucha contra el cambio climático, ha sido una bocanada de aire fresco. Necesitamos personas como ella, convencidas y empeñadas, que luchen por la vida en la Tierra, a la que pertenecemos y de la que dependemos.

Nada de esto será posible sin nuestra contribución. No podemos mantener nuestro estilo de vida consumista y destructor. Será necesario que cada uno de nosotros cambiemos.

Hablamos por tanto de cambios en el ámbito público, en el privado, en nuestra cultura, en nuestras personas. El desafío ecológico nos está pidiendo una transformación radical, que rompa las dinámicas depredadoras que se iniciaron con la revolución industrial, mientras preservamos sus logros. Es nuestro gran reto histórico. No podemos fallar.

Alboan. Coordinadora de ONGD de Navarra