En la Teoría Económica de Castañeda se estudiaban los motivos que inducen al consumo: por el efecto-renta, efecto-sustitución y efecto-ostentación. Se consume según la renta disponible. Por el efecto-sustitución se consumen bienes de mayor calidad y desciende el de los llamados inferiores. Y el más llamativo es el que provoca en los consumidores el disponer mayor nivel de renta que los demás. Es decir, la capacidad de consumir se transforma en un elemento de competición para mostrar una categoría social superior porque quien dispone de mayor renta ocupa un rango superior. Actualmente la ostentación se ha convertido en el principal motor de consumo en países de mayor renta y dentro de ellos en los grupos sociales que buscan mostrar la pertenencia a clases superiores. No en países pobres en los que las masas reciben rentas de supervivencia, siendo la alternativa la enfermedad o la muerte. En las economías desarrolladas el consumo no es un medio de vida, el consumidor forma parte de la cadena de valor creada por el sistema capitalista para acumular riqueza estimulando el consumo compulsivo que responde a planes estratégicos que orientan al consumidor a base de modelos econométricos que desarrollan en las universidades la publicidad científicamente diseñada por sociólogos y expertos en comportamiento humano. Por eso se deberían dar por superadas las doctrinas de los clásicos sobre la oferta y la demanda como leyes de comportamiento de los seres humanos. Nada más falso: aquellas teorías de Adam Smith, David Ricardo y teóricos ingenuos se basaban en la bondad del ser humano. Nos vigilan el FMI, el BCE, las corporaciones, Trump, China y la banca internacional.