Ya desde el 4 de abril, cuando se sorteó la letra para la composición de los tribunales de la oposición, muchos sospechábamos que nuestro curso este año iba a alargarse hasta finales de julio. Para el 20 de junio, además de las formaciones obligatorias como tribunal, ya habíamos acelerado nuestro fin de curso particular multiplicando nuestras horas de trabajo para adelantar evaluaciones y tutorías con padres, coordinaciones, memorias, informes y el sinfín de tareas que cada mes de junio nos depara. Objetivo: por el bien de nuestros alumnos, sus familias y la escuela, no dejar nada sin hacer. Hace exactamente un mes fuimos convocados para un simulacro del examen de oposición en una sala donde ni la mitad de las personas convocadas pudimos sentarnos en sillas. El resto tuvo que hacerlo en el suelo o permanecer de pie durante las dos horas y media que duró la cita. Lo que no sospechamos fue que ese era solo el inicio de nuestro periplo como tribunal.

Somos casi 500 funcionarios a los que nos ha tocado en suerte ser juez y parte. Jueces de nuestros propios compañeros, y parte de un proceso que conocemos por dentro, como opositores que todos fuimos, y que sufrimos doblemente como tribunal que nos obligan a ejercer. Y para el que las instrucciones han sido: “No hace falta que penséis, todo está en la normativa, aquí estáis para obedecer”.

Y sin pensar, llevamos trabajando sin descanso, incluidos sábados, domingos y Sanfermines, a un ritmo de hasta 14 horas diarias, muchos días a más de 30 grados dentro de las aulas. Entre otras muchas cosas, que no contamos por secreto profesional, hemos trasladado sillas y mesas a las aulas porque estaban vacías y no queríamos seguir sentándonos en el suelo, limpiando las clases, ocupadas por hasta 3 tribunales, porque no había personal de limpieza. Tampoco había papel en los baños. Hemos enseñado a los nuevos conserjes cómo usar las fotocopiadoras, porque no habían sido contratados con anterioridad para conocer los detalles su puesto. Hemos elaborado rúbricas en cada especialidad y prueba, buscando la ecuanimidad y evitar la subjetividad de la que, tal vez, un día fuimos sufridores. Hemos leído miles de páginas y corregido otras tantas faltas de ortografía.

Y ahora que se acerca el final, agotados y con la pena de ver cómo a pesar de tanto trabajo los aprobados de la primera fase no superan el 18%, solo nos faltaba escuchar que la responsabilidad es nuestra.

Quizás toque preguntar quién se sentó a negociar la celebración de las pruebas en días diferentes, no tener en cuenta las fechas de otras comunidades o que los exámenes entre sí no fueran eliminatorios, más allá del formato de la propia oposición. Al fin y al cabo, nosotros no estábamos allí, sólo somos unos mandados.

Rompo una lanza por mis compañeros, segura como estoy de que lo poco que falta lo haremos como hasta ahora, dando ejemplo y solventando cada contratiempo de la mejor manera posible, para que no se note, porque además de unos mandados y por encima de todo somos maestros.

La autora es presidenta Tribunal EIC9