Los pasos del visitante dejaban huellas por las callejuelas de la ciudad imperial pero se cansó y decidió entrar a esa iglesia que exhibía en su fachada carteles sobre conciertos: convertida en centro cultural. Al entrar, la sorpresa fue descomunal y su tristeza llenó el lugar. Aquellas nobles traviesas que desde hacía siglos cubrían las paredes mudéjares, los arcos refinados, la puerta labrada con góticos motivos en su majestuosa entrada, cubrían la calamidad de nuestra época. Había sido convertido en un bar donde exhibían cuadros sobre metálicos soportes que cubrían la decoración legada por los antiguos. “Por la noche se convierte en discoteca”, dijo el camarero. Y salió, penando, fuera, a respirar el aroma de la ciudad mágica, todavía. Si los piadosos podían sufrir por dejar el altar para encuentros de lascivia y ebriedad, si los gogós podían mostrar indecentes sus encantos carnales a los danzantes, animando al descontrol, eso era algo que ya ni se contemplaba, tanto había cambiado en pocos años nuestra sociedad. Aquel templo de interés cultural, fundado por Alfonso VI al poco de conquistar la ciudad, en 1125, convertido en una sala de fiestas y sin las imágenes que en ella hacían elevar el alma al cielo y al cuerpo a recogerse para meditar, sin pinturas, sin esculturas, salvo lo que perduraba adherido a los muros, mostraba grave pérdida. Había sido vendido o cedido para esos supuestos aspectos culturales que con alcohol favorece el baile y la diversión de la noche, noche toledana, pues ahí había acudido el visitante, que, después de San Vicente, pasó a buscar la obra del Greco albergada en Santo Domingo de Silos (el antiguo), en parte ya vendida para conseguir fondos. La venerable y anciana monjita que cobraba un billete a la entrada decía que era el único modo en que podían mantenerse, eso y los dulces que vendían en el coro por donde también los turistas entraban y fisgaban, como ella decía: pero no vienen a orar con nosotras cuando el culto abre libres las puertas. Sin embargo, la única vez que en los sagrados textos aparece Jesús enojado es cuando ve convertido el templo en tinglado comercial, el dios dinero profanándolo. Mas la necesidad... ¿Simonía? ¿Pueden permitirse los sacerdotes reducir nuestros santuarios a museos? En otras cuestiones, el clero se agarra casi con fe ciega a los textos, como el matrimonio indisoluble... Aunque se omita lo que a los ortodoxos permite el divorcio. Al caer la tarde, en la catedral, el cardenal primado acogió al viajero y a su dama con gran multitud que acudía al concierto organizado junto al Teatro Real: el Stabat Mater de Pergolesi arrancó gemidos divinos entre los asistentes. La belleza operó el milagro bendiciéndonos, el mismo que necesitamos para salvar nuestro patrimonio espiritual o para salvar un país tantas veces convulso.