Caminaba jadeando subiendo el monte con denso esfuerzo. Las amigas que le acompañaban vieron con asombro cómo las botas se abrían y dejaban ver una lengua negra que poco a poco se iba desprendiendo, su paso entorpeciendo. Primero un pie, el otro luego. Entre cómico y patético. Suelas desprendidas en el suelo, la goma intermedia se le iba deshaciendo, pero siguió su camino, porque quien se interna en las montañas no puede retroceder tan fácilmente o dejar el sendero, como también sucede con las rutas que toman los pueblos con sus políticos. Hay decisiones que difícilmente admiten inmediato retroceso.

Cuando llegó a casa, apenas quedaba la estructura superior del calzado, el resto había quedado deshecho, pese a su alto precio. Acudió a dos zapateros. No era fácil el arreglo. Ambos le confirmaron que era común el suceso. Ahora la mayor parte de la goma de las suelas se deshace, incluso en casa, sin tocarlas, al cabo de un tiempo. Uno acusaba a ciertos ecologistas porque exigen que los materiales sean biodegradables. Pero no creyó en ello pues hay todavía algunas pocas marcas que siguen usando materiales de hace veinte años que, si no duran de modo eterno, sí son longevos. Además, los elementos que se deshacen no impedirían el gasto contaminante de su producción, transporte y costes del desperdicio. Comprar para tirar al poco tiempo es una catástrofe ecológica, mucho más que si algo dura o se recicla. También pasa con numerosos electrodomésticos y aparatos, concebidos para que solo duren unos pocos años y luego acaben en el vertedero. Un desastre y una estafa ante la que nuestros gobiernos apenas han puesto remedio. El montañero, ofendido, se prometió nunca más comprar de esa maldita marca de calzado alpino para volver a las tradicionales botas militares o a las suelas de cuero, que no fallan, como antaño. Contra la obsolescencia programada, decidió volver al buen hacer de otros tiempos en que se buscaba lo permanente, si no lo eterno, frente a lo efímero. Pero pronto reparó en que eso sucedía en casi todo: en la educación, que requiere, según unos u otros, reelaborarse cada poco tiempo; como los grupos políticos y sus directrices, que se arrojan en una dirección u otra sin ponerse de acuerdo y luego, lo que unos hacen, otros se empeñan en deshacerlo. Si pensaran más en el bien común que en imponer cada uno sus directrices ideológicas, tal vez llegarían al consenso y con un general acuerdo podrían construir sobre firmes cimientos, en vez de seguir levantando estructuras sobre balsas que con facilidad se hunden en el fango, una tras otra. Tales empeños requieren mirar el horizonte, algo más lejos de los límites de cada partido, para unirse en lo esencial y poder levantar a los pueblos en constructivos empeños, lejos de nuestros tiempos, demasiado obsoletos.