A muchos nos parece criminal esto de la globalización, el neoliberalismo económico y los tratados internacionales de libre comercio. Abusos deshumanizados del capitalismo más radical. Lobbies que están por encima del bien, del mal y de muchos gobiernos como el nuestro, que han sido la ruina de la pequeña y mediana empresa en el mundo, y que les ha permitido enriquecerse a costa de repartirse el globo para sus fines. Un continente como granero y ganadería, otro para la minería y las materias primas, otro comercial... Y Asia como el núcleo de la pequeña o gran industria y la manufactura. Las empresas ya no compiten por la calidad, sino por los costos. Y para colmo, el logro de las multinacionales, al masacrar las identidades autóctonas ha sido que en prácticamente todos los países los escaparates sean iguales y vendan lo mismo. Pero resulta que ha entrado en el juego un nuevo actor que nadie esperaba, también con vocación global, que ha venido a tratarles de imbéciles: el coronavirus. Que tiene dos frentes, por un lado, lo que pueda ser la enfermedad propiamente dicha, las consecuencias relacionadas con su propagación a nivel mundial. El bloqueo de la libre movilidad personal internacional, turística, deportiva y hasta política. Cosas como las donaciones de sangre y otras muchas, y el peligro de hasta dónde pueda llegar su propagación. Y, por otro lado, el relacionado con la capacidad industrial mundial. Al haberse paralizado el continente asiático, con China a la cabeza, se ha producido la práctica interrupción comercial e industrial del planeta. Las bolsas se han desplomado. La industria, las farmacéuticas directamente implicadas y que producen allí no pueden abastecer el mercado. Un enorme abanico de paradojas que van desde que la japonesa Nissan no puede entregar sus vehículos porque las piezas de sus coches japoneses se fabrican en China, como las de muchas otras marcas, o como la sorprendente información de que vamos a tener que pagar aquí los ajos más caros porque resulta que el 80 % de los que se consumen en el país son chinos. Hay que joderse. Parece ser que estas cosas de la globalización que son muy positivas para unos pocos, pueden ser desastrosas para todos. Podían haberle preguntado a mi abuela. Ella siempre dijo: “Nunca hay que poner todos los huevos en la misma cesta”.