oy es 22 de marzo de 2020 y llevamos una semana confinados en casa. Vuestros padres, treintañeros, privilegiados y anestesiados, estábamos acostumbrados a ver la desgracia en la televisión sin pestañear. Pero ahora nos ha golpeado en la cara. Acaban de anunciar que esta situación se alargará un mes, lo que significa que cumpliréis vuestro primer año de vida encerrados en casa. Me lo temía, pero la confirmación me llena de rabia, estoy cabreada.

Hasta ahora había sentido muchas cosas, agobio, incertidumbre, miedo, esperanza, pero no me había enfadado realmente. No necesito los mil recursos de ocio que recibo en el Whats App cada día porque lo que no siento es aburrimiento. Los días pasan rápido, con vosotros es así. Hace un año era diferente, eran eternos. Estar a punto de dar a luz a mellizos es lo que tiene. Intento imaginar el miedo de las que están embarazadas ahora, qué putada.

Papa trabaja entre semana y yo el fin de semana y un poquito por la noche, cuando ya estáis dormidos. Ahora debería de estar trabajando, pero no me concentro. Además soy autónoma y se han cancelado varias cosas, tengo menos trabajo y necesito expresarme.

A lo que iba, papa teletrabaja y yo siempre lo he hecho. Ya me sé todo ese cuento de cómo tener una rutina sana cuando curras desde casa. Así que yo me hago cargo de vosotros casi todos los días porque soy la flexible, la que se adapta, la madre que os parió, vamos. Me pregunto si en algún momento se pondrán en contacto con nosotros desde la escuela infantil. No nos vendría nada mal una reducción de la cuota. No me entendáis mal, estoy disfrutando mucho de pasar tanto tiempo con vosotros, pero justo ahora empezaba a levantar cabeza. Madre autónoma de mellizos y sin saber que aún se podía complicar más la cosa, ilusa.

El teletrabajo se mezcla con las comidas, vuestras siestas, hoy compras tú y yo saco la basura, jugar, vuestros primeros pasos (ojalá hubiera sido en un parque), si hay suerte alguna siesta más, salir al balcón, baño, biberón y a la cama. Y a eso de las nueve se hace el silencio. Y me llega algún vídeo de un Batman repartiendo papel higiénico y me tengo que reír. Menos mal que está el humor. Después leo un artículo de una chica de nuestra edad que no ha podido despedirse de su padre y me pongo a llorar.

Pienso entonces en la abuela y en vuestro tío. Ellos van siempre juntos por la calle porque mi hermano es autista. Ya les han chillado varias veces desde los balcones, ¿qué le pasa a la gente? Tan mal me parece el egoísta que sale a correr como el maleducado que insulta desde la impunidad de su ventana. Entonces me da asco el mundo y pienso que la pandemia somos nosotros y el virus es la justicia que merecemos. Llamo al abuelo que vive en otra ciudad, está pintando. Va a cuadro por día, cuando salgamos de ésta montamos una exposición. Y entonces tomo una decisión. Lo primero que vamos a hacer cuando todo esto se acabe es ir a ver a los abuelos. Ni bares, ni cine ni hostias, la familia.

Una amiga manda un poema que ha escrito su padre, está solo y es mayor. De hecho sus pulmones no son su punto fuerte, pero sí su corazón. Sus palabras me hacen volver a creer en el ser humano. Hay gente buena intentando sacarnos de esta. Me lo recuerdan también las vídeollamadas con la cuadrilla. Ese miedo compartido entre quejas sobre nuestras parejas o anécdotas con los hijos. Me sienta bien hablar con ellas, no sé si somos inconscientes u optimistas. Entonces pienso en ella, que acaba de parir, y ahí está, gestionando su lactancia y el post parto por primera vez sin su tribu. Vuelve la consciencia. Quiero abrazarla.

Me doy cuenta de que metidos en el trajín de acostaros se nos ha olvidado salir a aplaudir al balcón. Me siento mal. Pero en fin, no se puede llegar a todo y últimamente en los balcones hay una actividad que nos sobrepasa. Ya son casi las diez, debería trabajar algo antes de que alguno de vosotros se despierte. Oigo a vuestro padre roncar, se ha vuelto a quedar dormido por algún rincón. Voy a acabar con este paréntesis que me he permitido para sacar esta mierda rara que llevo dentro. Así que, en resumen, y ya perdonaréis mi lenguaje pero, puto coronavirus hijos míos. Espero que el confinamiento, la alarma y las pandemias no se repitan más en vuestras vidas.

La autora es mamá autónoma y vecina de Pamplona