Isabel, Isabelita, como te llamaba tu madre, que nunca sentiste que te quiso (porque quizá nunca te quiso), eres una de esas pocas personas que es la música, la encina, amapola y cardo. Elegancia y fuerza. Mujer, sobre todo, con ese universo interior de sensibilidad, de amor y sufrimiento que solamente poseen las mujeres. Y el arte te encontró; y tú a él. Entera y bella por fuera y rota por dentro, eres el ejemplo vivo de entereza, de elegancia sobria y pasión. Pasión por la belleza, pasión por el amor pasional en la soledad de tu alma infinita. El tequila te surcó las entrañas y te puso flores en los ojos hasta que te secó la fuerza del destino. Más tarde, sobria, te sobraba el amor por la vida, y tu voz rota y tierna dejó a tu alma libre, aunque, como siempre, sola. Demonio carnal. Me gustaría ser una mujer para enamorarme de ti porque eres lesbiana, aunque fuera uno de tus tantos amores. No me importaría compartirte. Pero soy hombre y tengo que limitarme a amarte en la distancia de la muerte. Chavela, eres tan bella como el mediodía.