Cuando eres pequeño te cuentan cuentos en casa y en la escuela y te gusta. Un poco más tarde te cuentan otro que es para toda la vida y te lo encuentras en todas las etapas: hay que obedecer. A los padres, a los mayores, al ayuntamiento, a los policías (estos te multan o te sacuden), al gobierno, a hacienda…, porque hay unas normas que cumplir, unos bandos, unas leyes, una constitución. Cuando has llegado a comprender todo eso y cumplir por convicción o por la fuerza descubres la parte fea del cuento: un rey que no cumple nada de lo fundamental y se escapa del país, unos jueces del Tribunal Supremo que no enjuician a esa gente grande, una Audiencia Nacional a la que tiene que decirle desde fuera que ya le vale de juzgar mal; unos jueces en lo más alto que mandan a la cárcel a los que no les gusta y entonces te preguntas: ¿esto es lo que dicen la democracia y la ley? Y piensas que la única solución es la revolución, el desobedecer. Pero eso, al parecer, dicen, tampoco es muy democrático. Estamos atrapados en una red sin salida.