El inicio de este curso escolar viene medido hasta el milímetro. La totalidad de la comunidad educativa estará bajo el punto de mira durante una buena temporada. Llevan semanas preparándose para la vuelta y me consta que ha sido un trabajo intenso, de muchas dudas y en ocasiones frustrante, debido a las idas y venidas de las reglas del juego hasta el último minuto. A toda esta presión hay que sumarle el nerviosismo de padres y madres, ansiosos por conocer todo tipo de detalles para saber cómo van a tener que organizar su día a día ante este nuevo escenario, en el que contar con la ayuda de abuelos y abuelas no es una opción. La suerte ya está echada, todo controlado y bien planificado, todo menos el factor humano, porque no se nos olvide que estamos tratando con infancia. Recordemos también que la situación en la que nos encontramos viene dada por nuestra relajación, la de los adultos, durante este verano. Ya hemos usado el comodín de culpar al Gobierno, a los que se saltaban el confinamiento, a los jóvenes y seguro que le tocará al sector educativo, ya que mucho me temo, y ojalá me equivoque, el fracaso de todos estos planes de contingencia, ya que en ellos no se ha tenido en cuenta la espontaneidad, la frescura, los sentimientos y la libertad de niños y niñas que no son otra cosa que seres humanos en pura esencia, y que nosotros como responsables de ellos, no hemos sido capaces de encauzar en estos dos meses de verano. Me gustaría que la sociedad recuerde que el virus no sale de las escuelas, sino que entrará en ellas por nuestra falta de responsabilidad. Todo mi apoyo y reconocimiento a la comunidad educativa en este incierto y difícil tiempo que les va a tocar vivir.