Estamos ante un enemigo terrible, implacable. Deberíamos tener miedo, estar atrincherados, pero no sentimos esta guerra como tal. Los servicios sanitarios colapsan y los que fueron llamados héroes de primera línea siguen cayendo, los que aguantan sienten la impotencia, la rabia y frustración de seguir perdiendo vidas a diario. No podemos seguir pensando en este virus como algo simple, pasajero o cuestionable. Esta sociedad no puede permitirse el lujo de esperar a que la historia nos muestre el horror de una guerra en la que contaremos las bajas por oleadas. Reaccionemos o nos veremos abocados al desastre.