ecía Valdano que el fútbol es lo más importante de las cosas menos importantes y en esto debo discrepar del futbolista reconvertido a filósofo. Zapatero a sus zapatos. No, yo creo sinceramente que si hay algo que debe ir en esa calificación para el común de los mortales es el cine.

Una sala de cine es un lugar sumamente especial, una cámara que te transporta a otra realidad, un lienzo donde poder disfrutar de las pinturas más variopintas, un museo donde las obras de arte y las que no lo son cobran vida. Magia en un mundo sin magia que nos permite evadirnos momentáneamente de la realidad para vivir mil aventuras y sensaciones.

Esa magia que hace posible que, por ejemplo, el apellido de dos actores que se escriben igual se diga diferente. Y lo indico porque al escribir estas letras he recordado que precisamente justo antes de que empezara la pandemia nos dejó un Kirk Douglas que, supongo, ya no tendría fuerzas para otra batalla más tras perder con Craso su libertad, un juicio por una cobardía inexistente, o el Nautilus a manos de un loco. Porque eso es la sala de un cine, un lugar donde evocar la historia, el futuro de la humanidad o la fantasía de un genio del siglo XIX. Un sitio donde nada más llegar el sonido te envuelve y te lleva en volandas al son del Danubio azul a buscar el significado de un monolito descubierto en la Luna.

No sé ustedes, pero para mí oír cantar La Marsellesa en un Café Américane mientras observo la lucha interna de un oficial francés para elegir entre su supervivencia o hacer lo que es correcto me parece un reflejo de la dualidad a la que nos tenemos que enfrentar a diario. Esas sendas que tenemos que escoger las explicó mucho mejor que yo el Teniente Coronel Slade en su memorable discurso ante los alumnos de Berg. Y a ellas me remito al son de tango argentino.

En una sala de cine puedes sobrevolar la sabana africana junto a Robert Redford y Meryl Streep mientras el romántico sol del ocaso se cierne sobre la silueta del incomparable horizonte keniata. Cabalgar y disfrutar de la naturaleza junto a Calcetines o Toruk Makto, ya sea en una pradera americana o en su versión alienígena llamada Pandora, cobra especial sentido para quien la única jungla que ha visto es la del asfalto. Viajar sin salir de tu casa.

Y los viajes pueden ser a cualquier lugar y cualquier tiempo, y si no existe, se inventa. Por eso es emocionante ver los Argonath tallados en el acantilado del rio Anduin con las gigantescas cataratas del Rauros al fondo. Aunque observar cómo 10.000 rohirrims cabalgan hacia la desolación y el fin del mundo para salvar una ciudad condenada también tiene su aquel€

¿Y el amor? Es su lugar natural. Donde se cuentan las grandes tragedias o las grandes historias que la mayoría de las veces van de la mano. No obstante, dejadme que de todas ellas elija la historia entre Buttercup y Westley, porque simplemente no se le puede llevar la contraria al detective Colombo.

Todo ese mundo mágico que he descrito brevemente no sería posible sin la buena gente del cine y la cultura que está sufriendo como ninguno las despiadadas consecuencias de este virus inhumano que estamos padeciendo. Con cines cerrados o a medio abrir en el mejor de los casos, es a ellos quienes les dedico este artículo con todo mi cariño. Hoy más que nunca os necesitamos€ porque necesitamos el cine, ese espacio tan importante cuando la gasolina moral, tras un año de covid-19, es más que escasa.

A mí hay pocas cosas que me suben la moral, sentarme en la primera fila de una sala mientras un destructor imperial me peina la raya del pelo es una ellas.

Qué ganas de volver a sentirlo.

El autor es un aficionado al cine