o revolvemos la historia por antojo. No somos nostálgicos, creemos en una cadena de esfuerzos colectivos, de ensayos para mejorar el mundo que se saldan a menudo con aparente fracaso. Aquella Comuna fue el primer gobierno de la clase obrera, tentativa de socialismo autogestionario ahogada a sangre y fuego; balbuceo de un despertar colectivo tan duro como inmaduro, como imprescindible.

La épica de los desheredados nunca caduca, al fin y al cabo son los perdedores y olvidados los que nos colocan junto al teclado, en la rampa de la memoria. Hoy jueves, 18 de marzo, encenderemos una discreta pero justificada vela. Se cumplirán 150 años del comienzo de la Comuna, siglo y medio de cuando los parisinos y parisinas quisieron asaltar los cielos de la justicia. La primera gran revolución social moderna aplastada con terrible represión y ellas en primera línea de barricada. "Unos bandidos mataron a sesenta y cuatro rehenes. ¡Replicamos matando a seis mil presos!", clamaba un Víctor Hugo espantado por la dimensión de la venganza del ejército. Aún quema la efeméride al repasar las gastadas fotografías de color sepia. El arte recién inventado se apuró en registrar aquel caro pero crucial intento.

Quebraron la utopía con arrogante estruendo y cañonazo. Los sueños se rompieron en los inmensos paredones de ajusticiamiento. Aún la conciencia no había madurado. Llevaba demasiadas piedras en su bolsillo y rencor en su corazón. Centuria y media después, el recuerdo, vaciado de revancha, ha limpiado la sangre. Los represaliados están regresando de los paredones. Seguimos acunando mañanas, cada intento con menos odio. Hemos devuelto los adoquines a los asfaltos y la paz a las almas y sus avenidas. El futuro ya nos ha alcanzado, estamos recuperando tiempo perdido. Ahora comienza a aterrizar algo de aquel cielo imposible, a encarnar algo de aquel mundo más igualitario y solidario.

Hoy pediremos para hacerlo mejor, sin doloroso sepia, a todo color, principalmente con más corazón y comprensión. Ahora toca solicitar permiso, no irrumpir con precipitación y disparos en los sagrados cotos de la aurora. Ciento cincuenta años no han pasado en balde y nuestro mundo no necesita más convocatorias a pie de ninguna barricada. Las batallas de París o de Madrid no figuran ya en nuestras agendas. El odio siempre nubla, ya en una urbe u otra, ya cuando el furor estaba más justificado, ya cuando carece de excusa. Un nuevo discurso más integrador y armonizador de los antagonismos, que no prescinda de ideales, puede hacer virar y vibrar la historia.

Sin embargo, a los ciento cincuenta años de la insurrección parisina se inicia una nueva batalla por la capital de España. La historia y sus aniversarios nos tendrían que servir para vaciar los discursos de ira. Ahora las capitales se toman con los corazones abiertos, no con los puños cerrados. El cordial alegato sustituya a la arenga, la razón a la soflama en el ya bien hollado siglo XXI.

Pablo Iglesias anunció su candidatura a la presidencia de la Comunidad de Madrid desde la cima de las mismas barricadas. En un contexto absolutamente diferente, el discurso de combate se semejaba en sustancia. No ahorró adoquines y palabras gruesas para con sus contrincantes. Si el discurso no se moderniza, si el GPS no se actualiza, deambularemos perdidos por la historia. Hay importantes aniversarios que no hay que dejar pasar, pero sin despertar fantasmas, sin levantarle al asfalto sus piedras.

La batalla se promete cruda. Isabel Díaz Ayuso y Pablo Iglesias, choque de trenes en Madrid. ¿Pero necesita nuestro mundo más choque y confrontación o, por el contrario, más encuentro, más mano tendida, más acuerdo y consenso? No debiera reeditarse ninguna batalla por la capital, a estas alturas fundamentalmente postularse un esfuerzo plural por mejorar el territorio en el que quepan cada vez más sensibilidades de progreso.

La Comuna ya cayó bañada en la violencia que ella misma suscitó, pero una nueva comunidad en la que haya sitio para todos aguarda. La apuesta por la justicia y la solidaridad, por el progreso colectivo no necesitan ya de exclusiones y combates, sino de consensos y horizontes compartidos. No nos ponen los tambores que una vez más llaman a la enconada batalla política, a la lastrante anacronía. ¿No habrá alguna forma de promover ecología, solidaridad, justicia, acogida€ vaciando el verbo de espinas? ¿Alguna Manuela Carmena por ahí€?