En estos momentos todos estamos fatigados. Los sanitarios agotados, los jóvenes por no poder reventar, los viejos por la vida, y los del medio por la lucha del trabajo y obligaciones. Si cada día hay que estar preparado, por lo menos para soportar un contratiempo, la situación actual nos enseña que de ahora en adelante debemos estar preparados mental y físicamente para soportar un año, dos años de cautiverio en esta mazmorra que es nuestra ciudad, nuestra casa, nuestro pueblo. Y sentirnos contentos. Esto nos obliga a repensar nuestra forma de vida diaria, cuánto compramos y para qué. Y si lo que hacemos y deseamos con prisa merece la pena. Ya sé que a muchos jóvenes se la suda, pero menos a los que se les ha muerto el abuelo, la abuela, un tío, una tía, dañado alguien cercano. Es ni más ni menos que la vida. Algo que se aprecia cuando pierdes a alguien por el que darías un riñón, los hígados y el corazón si fuera posible. Estamos muy cansados, fatigados, muy fatigados. Tiempos para pensar. La impresionante belleza de la vida nos espera ahí, pero tenemos que disfrutarla de otra manera. Está claro. Tenemos que aprender cosas como que el amor es más denso cuanto más cerca de la muerte, que las cosas huelen más que antes, que los pájaros vuelan al amanecer...