Cuando Lope de Aguirre y sus marañones (soldados castellanos que descendieron el río Marañón -Amazonas- al descubrimiento y conquista de El Dorado), tras asesinar a don Pedro de Ursúa (baztanés, por cierto) se declararon en rebeldía contra el rey Felipe II, Aguirre intentó espolearles de vuelta al Perú, tomarlo por las armas y declarar su independencia de Castilla.Argumentaba el de Oñate que jamás perdonaría la Corona a quienes se habían alzado contra ella y que más les valía porfiar en su absurda empresa y morir en rebeldía, que ser encarcelados o ejecutados por los valedores del rey. Recelosa la soldadesca, disciplinaba Lope a los marañones reacios con gran terror y muerte. Publicadas indulgencias por los representantes de la Corona, eran cada vez más los marañones que desertaban a la menor oportunidad, regresando al amparo de la ley. Finalmente y abandonado de todos, se cuenta que, antes de ser Aguirre abatido de dos tiros de arcabuz por sus marañones, un capitán murmuró: “En ejercicio del poder, cuánto más bien hace el perdón que el castigo”... Pues eso.